Era una noche de sábado despreocupada y divertida como tantas otras cuando Mónica Petralia salió a cenar con unos amigos a una pizzería cerca de la ciudad de Ferrara (Italia). Pidió lo de siempre: una pizza de champiñones y jamón. Poco sabía ella que esto la conduciría a una experiencia cercana a la muerte que cambiaría su vida.
En 2013 apareció en la cadena de televisión católica italiana TV2000 para hablar sobre su experiencia. Contó cómo, tres horas después de comer la pizza:
«Empecé a dejar de respirar. Me sentí realmente asfixiada, mi lengua se retrajo, comencé a ponerme azul por falta de oxígeno (…) Nunca había tenido ninguna reacción asmática (…) Comía todo tipo de alimentos (…) Perdí completamente el conocimiento.»
En coma
Sus amigos la llevaron de inmediato a la sala de emergencias en Ferrara, un viaje de 30 millas. Mónica estaba muy grave y los médicos no sabían qué hacer. Descubrieron que de repente se había vuelto alérgica a algunos alimentos cotidianos.
Fue el tomate lo que la puso en coma esa noche.
«Me encontré en un coma hipercápnico; es decir, no había más intercambio gaseoso de oxígeno y dióxido de carbono en mis pulmones (…) Mis posibilidades de salvación eran nulas. Los médicos incluso dijeron que si sobrevivía estaría en estado vegetativo.»
Su experiencia cercana a la muerte
En un momento de crisis durante el coma que duró tres días, los médicos estaban decidiendo si mantenerla en soporte vital. Mónica vivió una experiencia cercana a la muerte dramática y al mismo tiempo maravillosa:
«Estaba muerta pero podía ver y escuchar todo lo que decían los médicos. Podía escuchar a los médicos decir: ‘No, vamos, desconecte las máquinas’ y ‘No, vamos, vamos a mantenerla con vida’. Estaba viendo y escuchando todo y vi y experimenté un maravilloso túnel de luz. Salí completamente de mi cuerpo. Vi a los médicos luchando por salvarme, pero yo estaba por encima de mi cuerpo. No sentí el dolor físico, pero vi todo e hice un signo de ‘bien’ con mis dedos para decir que todo estaba bien.»
Una luz resplandeciente
Una luz resplandeciente la recibió, brindándole una sensación de extraordinaria paz y bienestar que nunca antes había sentido:
«Vi este maravilloso túnel de luz, con maravillosos colores, maravillosas melodías (…) que ni el más hermoso atardecer de esta tierra puede dar. Yo estaba bien allí, no tenía percepción del dolor, del juicio (…) Fue hermoso. Personas maravillosas me rodearon, vestidas normalmente, sonriéndome, dándome la bienvenida.»
Entre estas presencias Mónica reconoció al Padre Pío y al Papa Juan Pablo II.
Su inesperada recuperación
El médico jefe de la unidad de cuidados intensivos la dio por muerta. No podía ver ninguna esperanza.
«Los médicos habían dicho que no me recuperaría. Tenía una hermana en la sala de espera que rezaba mucho a la Virgen por mí (…) y le pedía si podía vivir un poco más en esta tierra.»
40 días de convalecencia y ganas de ayudar a los demás
Al poco tiempo, Mónica despertó del coma sin ningún daño irreversible, contrariamente a todos los pronósticos. Su convalecencia duró 40 días. Fue un período largo y complejo, pero en ese desierto Dios inspiró en su corazón el deseo de estar cerca de los enfermos en el mismo hospital donde fue atendida:
«Poco a poco llegué a sentir que ese era mi camino; probablemente el Señor hubiera querido darme una fuerte sacudida para ponerme de nuevo en el camino. (…) Era como si una vocecita me dijera: ‘Te he resucitado, pero ahora debes trabajar para mí a través de tus hermanos y hermanas más necesitados’.»
Y así, durante muchos años, Mónica ha sido cuidadora, apoyando a los pacientes y apoyando a los enfermos en la misma sala donde ella también estuvo hospitalizada.
Un regalo de Juan Pablo II
Al poco tiempo de recuperar la salud, con el alma llena de gratitud, decidió escribir a mano una carta al Papa Juan Pablo II, quien inesperadamente le contestó. Fue una inmensa alegría para ella recibir la bendición apostólica del Santo Padre, un regalo precioso que nunca olvidará.
«Ojalá el Espíritu Santo me diera siempre una sonrisa y la fuerza para poder decirle a la gente que está (…) peor que yo: ‘¡Vamos! No tengáis miedo de esta vida terrenal porque aunque estemos de paso, el Señor es nuestra meta’.»

