Esta semana celebramos la Asunción de la Santísima Virgen María; por ello, el sacerdote Michael Rennier, nuestro colaborador para Aleteia en inglés, ofrece esta reflexión sobre el poema y la maternidad.
El sacerdote-poeta Gerard Manley Hopkins tiene una maravillosa meditación sobre María en su poema “May Magnificat” (El magnificat de mayo), en el que la describe como la “poderosa madre”. En él, se maravilla ante el reverdecer del mundo en primavera y se pregunta por qué nos sentimos impulsados a crear nueva vida. Para él, la belleza de la maternidad simbolizada, por ejemplo, por las flores en primavera, no es un signo de debilidad sino, más bien, de lo poderosas y fuertes que son las madres.
Hopkins era conocido por dar largos paseos por campos y bosques con su cuaderno y su lápiz en la mano. Mientras paseaba, anotaba lo que veía, tratando de examinar todo hasta el más mínimo detalle. Lo que vio un día de primavera en particular fue un revoltijo de creatividad, un vasto conjunto de “Carne y vellón, piel y pluma, / hierba y verdor todo junto”.
Él observa la frescura maternal de todo. Divisa a una madre pájaro, un tordo de ojos estrellados y pecho de fresa, sentado sobre un racimo de huevos azules llenos de vida. Se da cuenta de que la tierra se hincha y las plantas echan brotes verdes y, muy pronto, flores. Es la actividad de la maternidad escrita en los detalles de la propia naturaleza.
Hopkins, como buen sacerdote católico, cree que la Madre María es la madre suprema de toda esta actividad. Se deleita en ella. Dondequiera que surja una nueva vida, dondequiera que haya un resplandor, ella está allí como madre.
Un gran canto a la maternidad
Todo esto está muy bien, pero Hopkins no se detiene ahí. Si lo hiciera, habría escrito una deliciosa pero sencilla letra a la maternidad. Pero recuerda que el poema es un magnificat. Es una referencia específica al gran canto a la maternidad que entona María cuando descubre que espera un hijo. Hay algo más en el poema. Hopkins tiene una idea particular que intenta compartir.
La maternidad es tan especial porque la madre es un instrumento de magnificación. A través de ella, lo pequeño se hace grande, lo humilde se eleva y la humildad conduce a la grandeza. Las actividades maternales de los pájaros y las plantas, dice Hopkins, son la “magnificación de cada uno en su especie”. Las imágenes que utiliza contienen un movimiento ascendente. La maternidad crea las condiciones por las que las flores surgen de los campos y las crías de pájaro vuelan del nido. La maternidad es una ofrenda de belleza elevada al Cielo.
En la ofrenda, en el sacrificio de consentir en derramar vida y amor en ese niño, no solo nace un ser humano nuevo, único y maravilloso, sino que también se revela la grandeza de la propia madre. La maternidad se convierte en parte de la ofrenda y su sacrificio se revela hermoso.
Sacar lo mejor de uno mismo
María simpatiza con la creatividad maternal de la naturaleza, escribe Hopkins. A través de su maternidad, saca lo mejor de ella y se lo ofrece a Dios como un don. Ese don se eleva al cielo a través de su sacrificio, que Hopkins describe como una gota de sangre y espuma de manzana que ilumina las manzanas de un árbol.
Es una referencia oscura, pero probablemente esté utilizando la manzana como símbolo del árbol de la vida en el Edén. La maternidad hace florecer el árbol. La floración, al ser en parte de color rojo sangre, contiene simbólicamente el sacrificio. Ser madre exige un compromiso total. Es un don de sí misma. Al mismo tiempo, es una alegría. Es la floración que da fruto.
La maternidad puede parecer poca cosa. No da un sueldo enorme ni hace famosa a una mujer. No va acompañada de un gran despacho en el centro de la ciudad ni de un enorme equipo de empleados. Hay quien se lamenta de que la maternidad signifique sacrificar otras oportunidades, pero las madres conocen un secreto. Saben que el sacrificio merece la pena, que una madre es como una lupa que pone de relieve la belleza interior, la alegría y la fuerza de la creación de Dios. Verdaderamente, una madre es poderosa.