De pequeña soñaba con ser eremita, llegó incluso a esconderse en el bosque jugando a ser una ermitaña. Pero su rango y su familia no le permitieron tomar el camino que ella habría deseado.
Margarita de Lorena era una de las hijas del conde de Vaudémont, Federico II, y su esposa, Yolanda de Anjou. Había nacido en el espléndido castillo de la familia, en 1463. Ya desde pequeña, Margarita se sintió llamada a la oración y leía con gran interés las vidas de los santos y obras tan importantes en su tiempo como la Leyenda Áurea.
Era una niña de apenas diez años cuando Margarita, en vez de jugar como las demás niñas de su edad, se refugiaba en los bosques cercanos al castillo y soñaba que era una eremita, dedicando su cuerpo y su alma a la oración.
Pero Margarita no era una niña cualquiera, era la hija de un noble y, como tal, no iba a poder elegir su propio destino. Fue su hermano, su padre había fallecido hacía tiempo, quien cerró un acuerdo matrimonial para ella con el duque de Alençon. Margarita dejó atrás su hogar y se enfrentó a una vida de casada que no deseaba. Lo hizo obedeciendo, sin quejarse, y se convirtió en duquesa y madre de tres hijos.
La pequeña, Françoise, se casaría con Carlos IV de Borbón, pareja que tuvo varios hijos, entre ellos Antonio de Borbón, padre del futuro rey de Francia Enrique IV. Este monarca fue el que pasaría a la historia por haber pronunciado la famosa frase “París bien vale una misa”, pero sobre todo por haber hecho del catolicismo la religión oficial de Francia y haber impulsado la tolerancia religiosa a partir del Edicto de Nantes.
Volviendo a la joven aristócrata, poco tiempo después de haber dado a luz a Françoise, Margarita se quedó viuda. Se encontraba de repente sola, en un ducado lejos de casa, con tres hijos a los que seguir cuidando y un gobierno que asumir hasta que su hijo mayor, Carlos, alcanzara la mayoría de edad.
Margarita trabajó sin descanso. Estuvo al frente de la educación de sus hijos, a los que transmitió su propia fe cristiana. Como gobernadora del ducado de Alençon, mejoró sus finanzas y demostró ser una buena guía para sus súbditos de los que se preocupó. Margarita veló por los pobres y enfermos, fundó hospitales e impulsó la construcción de iglesias y conventos.
Durante unas dos décadas, la duquesa de Alençon se ganó el cariño de su pueblo. Pero pasados todos esos años, cuando su hijo tomó las riendas del ducado y sintió que ya había cumplido con su cometido como gobernadora, Margarita retomó el sueño que de niña había tenido.
Primero tomó el hábito de la Orden Tercera. Pero Margarita quería más, por lo que terminó ingresando en el convento de las Hermanas Clarisas Pobres de Argentan, institución que ella misma había ayudado a fundar. Allí dedicó los últimos momentos de su existencia a la vida religiosa. Un tiempo breve, pero intenso, en el que rezaba horas y horas y se imponía intensas penitencias.
El 2 de noviembre de 1521, apenas un año y pocos meses después de haber tomado los hábitos, Margarita de Lorena, antigua duquesa de Alençon, falleció. Algunas fuentes afirman que lo hizo portando una cruz de hierro de tres puntas clavada en su pecho.
Más de dos siglos después, su cuerpo fue exhumado. Eran los convulsos tiempos de la Revolución Francesa, en los que conventos, cementerios e iglesias fueron saqueados. Otras fuentes afirman que encontraron su cuerpo incorrupto y con su corazón custodiado en un pequeño relicario. Dato que ya no se podrá constatar pues sus restos fueron lanzados a una fosa común.
El 21 de marzo de 1921 fue beatificada por el Papa Benedicto XV. Su fiesta se celebra el 2 de noviembre.