Recibí en mi consultorio a un adulto mayor, de un poco más de ochenta años: delgado, ágil, vivaracho, con una enorme sonrisa y mil arrugas, cuyo motivo de consulta era su interés en recibir asesoría en educación familiar, para comprender y acompañar mejor a sus nietos entrados a la juventud. Se refería a sí mismo como un coach familiar cuyos servicios eran muy solicitados.
Los suyos eran esos motivos de amor que dan intensidad a la vida y son fuente de eterna juventud del espíritu.
Sin embargo, suele suceder que en el adulto mayor se haga presente una tristeza o angustia por la noción de finitud de la vida. Inevitablemente esta entra en el plano de la conciencia cuando se está cada vez más lejos del día del nacimiento, y comienzan a aparecer las esquelas de parientes y amigos de su misma generación, mientras uno ve con amargura que los planes de largo plazo van desapareciendo de su horizonte.
Sumado a esto, algunos sufren una permanente insatisfacción, entre un pasado que les pesa y un tiempo en la tierra se acaba.
Etapa de fidelidad
Mas no tiene por qué ser así, cuando se asume esta etapa creciendo en la fidelidad a todos los compromisos grandes o pequeños, logrando que el espíritu se expanda a través de la esperanza y el amor.
Es así que, en las personas, se pueden apreciar tres edades, al margen de la que señale su acta de nacimiento.
Estas son:
Según condiciones físicas. Nacemos con una carga genética buena o mala, pero la salud se conserva y fortalece por los buenos hábitos de higiene, alimentación y ejercicio, evitando predisponentes a la declinación y enfermedades como son el tabaco, el sedentarismo, las bebidas alcohólicas y una mala o excesiva ingesta de alimentos, entre otros.
Según salud emocional y mental. Se logra evitando estresores, como gastar más de lo que se gana, las infidelidades, los conflictos emocionales como la ira, el resentimiento y la negación a perdonar, así como el no saber desprenderse de un yo egocéntrico, entre otros.
Según las capacidades intelectuales. Una jubilación o uso del tiempo libre enfocados a actividades que exigen poco esfuerzo físico y mental, como el solo viajar, buscar experiencias gastronómicas, entretenimientos diversos, o ver incansablemente aparadores, termina minando los hábitos de la voluntad y la inteligencia, que se pudieron haber logrado.
Y se pierde en humanidad.
No debe ser así, pues las personas mayores pueden aun aumentar sus capacidades cuando no se jubilan de la vida. Lo pueden lograr dedicando sus energías a actividades gratificantes, como el estudio de algo de su interés, desarrollar una nueva habilidad, el servicio social en su comunidad o su iglesia… y mucho más.
Significa que, en la declinación de lo corporal aún se puede seguir creciendo por dentro, pues los hábitos de la inteligencia y la voluntad, no tienen limite, por lo que siempre se puede seguir creciendo en humanidad, sacando provecho del tiempo de vida.
Según el espíritu: Los años acumulados son un privilegio, pues se convierten en una oportunidad no solo para valorar lo positivo de lo vivido sino también para que los errores y culpas del pasado dejen de ser un lastre del alma, cuando la persona, por el arrepentimiento, el cambio y la reparación, cambia radicalmente su vida y se dispone a ser elevada por Dios.
Significa que, para la persona, el crecer en humanidad no es lo más alto a lo que puede aspirar, sino tender a algo más, a algo infinito que no está en sus manos, y que solo depende de su querer y de su voluntad, para ser elevado progresivamente por Dios, a través de sucesivas conversiones por amor a Él y a los demás en muchos aspectos de su vida, hasta adquirir el nuevo modo peculiar a que está llamado a ser.
Esto ocurre retomando el camino de la fe.