La globalización también está haciendo sentir sus efectos en el campo de la decoración navideña. Lentamente, incluso nuestras tiendas locales están comenzando a vender pequeños adornos en forma de petirrojo, deliciosamente tiernos con sus plumas erizadas.
Son adornos estéticamente agradables, que probablemente ya nos habrán sacado una sonrisa a muchos. Pero, al mismo tiempo, parecen extraños a nuestros ojos: los petirrojos son lindos, sin duda, pero ¿qué tiene que ver eso con la Navidad? ¿Qué historia se esconde detrás de este símbolo navideño, tan poco presente en nuestra cultura como para ser anónimo?
Pues bien: en Inglaterra, donde nació la tradición, existen deliciosas leyendas que explican la asociación entre el petirrojo y el período festivo. Descubrámoslas juntos, y miraremos este tierno símbolo festivo con nuevos ojos.
La jovialidad festiva del petirrojo: una historia real
Antes de dar espacio a la leyenda, será mejor hacer una premisa de carácter ornitológico. En los meses de invierno, el petirrojo cambia sensiblemente su forma de estar en el mundo.
En primer lugar, tiende a acercarse cada vez más a los centros habitados en busca de algunas migajas de comida. Y en efecto: esa criaturita, por lo general temerosa y tímida, no desdeña posarse en los alféizares de las ventanas si se da cuenta de que algún alma piadosa le ha dejado algo de comida para que la picotee.
¡Pero no solo! Aprovechando al máximo la grasa acumulada en otoño, cuando se acerca el invierno los petirrojos consiguen aumentar su peso corporal, que pasa de 18 a 25 gramos de media. Al mismo tiempo, su plumaje se alborota para ayudar a las criaturas a protegerse del frío.
En resumen: en Navidad, el tímido y frágil petirrojo se transforma de repente en una criatura rojiza, regordeta y simpática. Que además busca la compañía humana. Y que, con su “chaleco” rojo brillante, da color a un paisaje nevado y aburrido. ¿Puedes imaginar algo más deliciosamente festivo?
La caridad cristiana del petirrojo: una leyenda medieval
Pero detrás del simbolismo navideño del petirrojo hay mucho más que este hecho biológico.
En las Islas Británicas, la creencia de que el petirrojo estaba de alguna manera ligado a las almas de los difuntos existía desde tiempos inmemoriales. Era una creencia muy antigua, ya atestiguada en la Edad Media. (Según algunos autores, podría tener orígenes druídicos. En realidad, no hay ninguna fuente que respalde esta afirmación).
Una leyenda atestiguada en Irlanda afirmaba que el pecho del ave era rojo porque el animal tenía la costumbre de descender a las llamas del Purgatorio. Intentaba llevar unas gotas de agua en su pico que luego vertía sobre los pecadores que pagaban sus culpas, con la esperanza de poder darles algún refrigerio.
A veces ocurría que una llama le lamía el pecho, escaldando al ave y quemándole las plumas. Pero esto no bastaba para que el petirrojo desistiera: benévolo, seguía ejerciendo día a día ese pequeño gesto de caridad.
Otra leyenda, conocida en todas las Islas Británicas, representaba al petirrojo en el acto de crear pequeñas tumbas de hojas alrededor de los cadáveres insepultos de personas que habían muerto solas en el bosque, quizás debido a un accidente de viaje o porque fueron víctimas de la emboscada de un bandolero.
En un intento de darles un digno entierro, el petirrojo se acercaba a aquellos pobres cuerpos destrozados y al hacerlo manchó de sangre su plumaje blanco. ¡He aquí la señal y el costo de la caridad!
El enterrador de Cristo
Y poco a poco, en el imaginario colectivo, el petirrojo empezó a prestar sus funciones de enterrador a un difunto muy particular: Jesucristo en la cruz.
En este caso, la leyenda bajomedieval contaba cómo el pajarito, al ver a Jesús en agonía, se había posado sobre su cabeza tratando de aliviar su sufrimiento.
Apretando su pico alrededor de una de las espinas de la corona, habría intentado arrancarla… con resultados predecibles. Según la leyenda, el pajarito tuvo éxito en su empeño pero resultó herido en el intento; y la sangre empezó a enrojecer su pecho mezclándose con la del crucifijo.
Jesús, agradecido por ese gesto, quiso bendecir el linaje del petirrojo a través de las generaciones, haciendo que su plumaje fuera rojo sangre: una señal para que la memoria de ese pequeño acto de caridad no se perdiera.
El petirrojo y el niño Jesús: una leyenda navideña muy dulce
En cambio, una reelaboración navideña de leyendas medievales se remonta a la Inglaterra victoriana. En esta reinterpretación, fue al Niño Jesús, y no a Cristo en la cruz, a quien el pajarito dirigió su cuidado.
Acudido a toda prisa a la choza tras darse cuenta de que algo grande había sucedido en ese lugar, el dulce petirrojo se había abierto paso entre ovejas, burros y camellos para poder contemplar de cerca al Niño.
Y había sentido que le dolía el corazón al verlo allí, “en el frío y la escarcha”, acostado en un pesebre en el frío establo. El buey y el burro trabajaban duro para calentar al recién nacido con su aliento. Y el petirrojo no quiso quedarse atrás. Comenzó a revolotear sobre el fuego que se había encendido cerca del pesebre, tratando de hacer llegar aire caliente hacia el bebé con al batir de sus alas.
Ya podemos imaginar el final de esta historia: claro, el petirrojo tuvo éxito en su misión, pero claro, se quemó el pecho al hacerlo. Y el Niño Jesús, mirando con ternura a su pequeño ayudante, quiso hacer descender sobre él su bendición.
Y esta es, según la leyenda inglesa, la razón por la que el petirrojo todavía tiene plumas bermellón en la actualidad. Fue un milagro del Niño Jesús que se las dio. De esta manera quiso que todos pudieran conocer el buen corazón del pajarito y contar esta hermosa historia de Navidad a través de los siglos.