Si hago caso a lo que Dios me pide viviré eternamente. Se lo recuerda Moisés al pueblo de Dios:
“En aquellos días, habló Moisés al pueblo, diciendo: – Teme al Señor, tu Dios, guardando todos sus mandatos y preceptos que te manda, tú, tus hijos y tus nietos, mientras viváis; así prolongarás tu vida. Escúchalo, Israel, y ponlo por obra, para que te vaya bien y crezcas en número. El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria”.
Sólo tengo que amar a Dios sobre todas las cosas. Es lo mismo que me dice Jesús:
“El primero es: – Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”.
¿Cómo amar a Dios con todo mi ser?
Quiero amar al Señor mi Dios. Me resulta difícil amarlo, pero ¿cómo lo hago con todo mi corazón, con mi alma completa, con todo mi ser? Es decir, totalmente, sin dejar ningún espacio de mi vida en el que Él no esté.
¿Cómo se hace?
Puedo ser una persona cumplidora. Puedo mantenerme entre los límites permitidos. Puedo vivir respetando normas concretas, sin ser inmoral ni un pecador empedernido.
Pero amar al Señor con todo mi ser me resulta imposible.
Amo muchas cosas
Dios me hizo hombre, me puso entre los hombres y me dio el mundo para habitarlo, amarlo y cambiarlo. Y así lo hago.
Echo raíces en la tierra, no sólo lanzo puentes al cielo. Me encariño de la vida caduca. Amo las cosas, a las personas, a los animales, los planes y los proyectos humanos.
Me enamoro de la vida cotidiana llena de diversión y de alegría. Sueño con amores eternos desgranando los días de un amor perecedero.
Pero soy hombre, no soy ángel. Me dio un cuerpo humano con tendencia al reposo y a buscar un punto de apoyo en esta tierra en continuo movimiento.
¿Es posible entregarse totalmente?
Entonces la totalidad de la entrega no me cuadra, no me resulta, me parece una quimera. Pretender amar con un amor eterno me parece imposible.
Es como intentar rasgar las nubes para que me dejen ver el sol. Es como intentar detener la lluvia una vez ha comenzado la tormenta. O querer parar los vientos con mis manos alzadas.
Los milagros existen, es cierto, pero mi poca experiencia con lo extraordinario me ha vuelto algo incrédulo.
¿Cómo lo hará Dios para cambiarme y lograr que el todo sea algo habitual en mi entrega, en mi forma de darme? Me parece poco más que imposible.
Estoy dispuesto a amar a Dios con mi alma, con mi ser, con mis fuerzas. Eso lo tengo claro, así lo intento cada mañana.
Dios presente en mis amores
Lo que lo complica todo es hablar de la totalidad. Siempre y cuando no sea que Dios está presente en esta tierra que piso.
Presente en mis amores humanos. Presente en mis pasiones mundanas. Si así fuera todo sería posible.
Amando a mi cónyuge amo así totalmente a Dios oculto en esa carne amada. Amando mis proyectos y mi trabajo amaría en ellos al Dios oculto en mi vida diaria.
Siendo así es todo más sencillo. El todo tiene que ver entonces con el cielo y con la tierra.
No soy sólo espíritu, me pesa mi propia carne y los días se anclan en mi ser atándome a la tierra.
Hago un gran esfuerzo para soltar equipaje y caminar volando más ligero. Es lo que deseo en esta vida.
¿Amo correctamente?
Mientras sea capaz de amar todo irá fluyendo. Tal vez mi problema es que ni siquiera sé amar de la forma correcta.
Digo que sí, que amo, que quiero, que deseo, que me entrego. Pero detrás de estas palabras verdaderas se esconden engaños sutiles.
No estoy dispuesto a amar como Dios me ama a mí. No logro amar con ese amor divino que es ágape, un amor que desciende y se entrega renunciando a todo.
Un amor así implica una generosidad que a mí me falta. Amar de esa forma sólo puede ser por obra de Dios en mí.
A menudo me encuentro amando por interés. Amo para conseguir algo, para ser yo feliz.
Pero me importa menos que la persona amada sea más feliz que yo, o al menos tan feliz como yo.
Entrega incondicional
Me siento pequeño y veo que la vida no es tan maravillosa como pensaba. Y mi deseo por sobrevivir me hace ponerme a mí en el centro, no a la persona amada.
Me busco a mí y no pienso en aquel a quien amo. Ni siquiera sé amar a los hombres con todo mi ser, con toda mi alma, con todas mis fuerzas.
Si no lo consigo con aquel a quien veo y toco, ¿cómo voy a lograrlo con Dios que se me escapa en su Espíritu?
Me gustaría tener ese don del amor por el que suspiro. ¿Acaso no es mi amor un amor interesado y condicionado?
Quisiera amar de forma incondicional. Amar sin importarme cómo se comportan conmigo, cómo me tratan.
Amar sea como sea la vida de aquel a quien amo, sin tomar en cuenta sus defectos, sus caídas, sus infidelidades.
Amar desde el perdón, desde la confianza rota que sueña con ser reestablecida.
Jesús el maestro
Es tan difícil amar como Jesús me ama desde la cruz, perdonando porque no saben lo que hacen. Perdonando desde el dolor de la afrenta y la difamación.
Cuesta perdonar desde lo oculto, cuando he sido abandonado. Un amor así es un don que suplico cada mañana.
Amar así a Dios oculto en rostros humanos. Amarlo así dentro de mi alma, donde me habla y me dice que no me va a abandonar, haga yo lo que haga. Es un milagro y lo pido cada día.