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¿Pasear con los hijos, un ejercicio religioso?

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Evgeny Atamanenko | Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 07/07/21

Dios está en lo más natural de mi vida, y para rezar no tengo que hacer grandes cosas porque la vida consiste en caminar con Él

Creo que en la vida se trata más de vivir las cosas con naturalidad que tratar de sobrenaturalizarlo todo.

Temo a aquel que para cualquier cosa que le sucede encuentra siempre una explicación divina. A los que se empeñan en justificar todo lo que hacen buscando un mandato de Dios.

Me dan miedo los que no aceptan sus deficiencias naturales, no aceptan sus errores y desconfían de los pecadores.

Los que no saben convivir con cualquiera y en seguida hacen grupos para dejar lejos a los que les incomodan.

Me preocupan los que ven con facilidad la paja en el ojo ajeno y no perciben la viga en el propio.

Dios está en lo humano

CHILD, WATERING, PLANTS

No sé por qué creo que Dios está en lo más natural de mi vida. Y para rezar no tengo que hacer grandes cosas porque la vida consiste en caminar con Él, de su mano.

Por eso me gustan las palabras del padre José Kentenich:

«Si no podemos jugar tranquilamente con nuestros hijos, tampoco podremos hablar con Dios. Si no podemos dar un paseo con ellos al aire libre, tampoco podremos hablar con Dios. Será bueno para nuestra familia pasar la mayor cantidad posible de tiempo en nuestra casa. Si no utilizamos los caminos y medios naturales, tampoco sabremos cómo aplicar los medios sobrenaturales».

Dorothea Schlickmann, José Kentenich, una vida al pie del volcán

Será entonces que la única forma que tengo de vivir es con mi cuerpo. Y no es una cárcel, más bien es una pértiga lanzada al cielo y yo volando sobre ella, en ella, hasta poder tocar a Dios.

Mi cuerpo puede ser una bendición o hacerme maldito, depende de cómo viva la vida en lo más humano.

Unir cielo y tierra

Si no logro hablar con hondura con quien me escucha y me habla, ¿cómo haré para escuchar la voz de Dios y decirle mis palabras?

Si no logro acariciar a quien amo y decírselo con palabras, si no logro cuidar las relaciones que Dios me ha dado, ¿cómo voy a amar a ese Dios al que no veo?

Lo humano y lo divino van de la mano. Y Dios camina a mi lado, sólo tengo que verlo. Unir a Dios con mi mundo, con mi alma, con mi cuerpo. Unir lo que en mí tiende a estar dividido.

Digo que algo es puro, cuando rompe con el cuerpo. Y algo está contaminado, cuando está demasiado presente lo humano.

Divido con mi razón lo que Dios creó unido. No sé por qué he nacido con esa división interna.

El amor cotidiano

PRACA

Mi amor mezquino desea amar y ser amado, incluso más lo segundo.

Pero a veces no basta con un amor pausado, de diario, de lo cotidiano. Y el corazón salvaje y herido busca experiencias fuertes para llenar los vacíos.

Miro mi vida y agradezco haber sido amado en lo humano. Y en medio de mis heridas haber recibido abrazos.

Sé que lo más del mundo es lo que Dios ha salvado. Él pasó curando almas, y reestableciendo heridas. Tocando y dejándose tocar. Sufriendo y sosteniendo a los que sufrían.

Ese Jesús tan humano me recuerda lo importante.

Cada vez que peco huyo, está mal, debería volver a Dios a entregarle mis penas.

Cada vez que hiero, escondo la mano, para no sufrir la pena. Debería pedir perdón y perdonar.

Vivir bajo el cielo

Mature woman at beach looking at sky

Soy hombre y soy de Dios. Soy niño y soy anciano. Tengo la sabiduría aprendida al ir de la mano de Jesús. Y siento en mis entrañas una sed insaciable.

Quiero amar a los cansados cuando descanso. Y quiero aprender a vivir la vida uniendo, jamás quiero dividir.

Espero que me perdonen cuando sin querer ofendo. Deseo que me aconsejen cuando sigo un mal camino. Y me devuelvan la vida siempre que voy y la pierdo.

Quiero mirar a lo alto esperando una sonrisa. Sin temer que el tiempo pase, no sé detener el tiempo.

Me gustan los que disfrutan de lo humano con los suyos, los que juegan y se ríen, los que bendicen sus sueños.

Los que han sembrado en sus casas semillas de amor eterno. Aquellos que aprenden de sus errores, los que corrigen sus pasos. Los que enmiendan sus miradas y callan sus desvaríos.

Me gustan los que consuelan con palabras o silencios. Los que esperan al que ha partido y aguardan la vida eterna.

Siento muy cerca al que sufre la vida estando enfermo. Y la disfruta en lo humano pues ha ganado esas cosas que sólo la cruz enseña. Decía Olatz Vázquez al hablar de su cáncer:

«He ganado tiempo, tiempo para mí. He ganado en amor; la enfermedad me ha enseñado el verdadero sentido de esta palabra. He ganado personas, compañeras, amigas que sin conocerlas ya forman parte de mi vida. He perdido el miedo a morir, y para mí eso ya es ganar. He ganado en sabiduría; me siento alma vieja. He ganado en autoestima. He ganado en fortaleza. He ganado a la persona que soy hoy. Porque después de un año puedo decir que me siento enormemente orgullosa de la mujer que el cáncer ha hecho de mí».

El sufrimiento, ventana a la verdad

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Admiro a los que ven así la vida y saben sacar ganancia de un dolor tan extremo. Que descubren en la noche la luz de las estrellas. Y en medio de los dolores han descubierto la calma de una mano amiga.

Sonríen cuando están tristes. Confían cuando otros ya no creen. Y se hacen más sabios, más humanos, más comprensivos.

La cruz los hace más hondos y verdaderos. Despojados de mentiras. Enfrentados con su verdad desnuda.

Acariciando sus sueños. Valorando lo que ahora tienen. Más fuertes, más sabios, más ricos en sus heridas.

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