«A mí no me tienes que dar lecciones», «yo a lo mío», «llevo 20 años haciendo eso y ya sé cómo funciona», «siempre se ha hecho así». Son frases que hemos escuchado, por lo general de alguien que se cierra en banda y no está dispuesto a atender a lo que se le diga.
Estamos en el mundo de la flexibilidad, del saber adaptarse y de la movilidad en todos los aspectos. Pero lo que más nos cuesta «movilizar», y todos lo hemos comprobado, es nuestro carácter. Y no tiene por qué ser así.
El temperamento es algo invariable, con el que nacemos: por ejemplo, somos activos, sentimentales, pensamos antes de actuar… y siempre tenderemos a eso. en cambio, el carácter es moldeable.. En cada decisión que vamos tomando a lo largo de la vida podemos «ajustar» las tuercas, dar un giro de 180 grados, repetir lo mismo que la última vez… Así vamos generando hábitos, que si son buenos son virtudes y si son malos se convierten en vicio.
La terquedad, de entrada, es una actitud y hace referencia al vicio de encallarse, de no escuchar los consejos de otros y de insistir en el error.
Por desgracia, cuanto mayores nos hacemos, la terquedad nos acucia más, porque:
-es probable que estemos orgullosos de nuestra experiencia pasada. En consecuencia nos parece que ya no necesitamos maestros.
-con la edad, uno se vuelve por lo general menos receptivo y más conservador de lo propio. Tendemos a pensar «ya estoy bien como estoy, mejor no meneallo».
La terquedad es claramente un «contravalor». Si alguien es terco, difícilmente mejorará su carácter. Tampoco querrá adaptarse a lo que exige la convivencia en el trabajo o en la familia. El terco suele ir a la suya y, además, cuanto más se empeña en algo, más se encierra y no escucha.
¿Se puede luchar contra la terquedad?
En primer lugar, nos ayudará recordar las malas experiencias de esas ocasiones en que por ser cabezones y tercos, hemos fracasado estrepitosamente. ¿Te ha ocurrido alguna vez haciendo bricolage? ¿Y en la cocina? Más de una receta ha acabado en el cubo de la basura por no seguir los consejos de alguien que sabia más que nosotros.
En segundo lugar, hay que cultivar el interior y hacer hueco a la humildad. Ser humilde es reconocernos como somos: no somos perfectos y tenemos tal y tal defecto. Además, no lo sabemos todo. Si somos humildes, estaremos abiertos a aprender, a escuchar los consejos y a ponerlos por delante de nuestra opinión sin que eso nos parezca una humillación.
Da pena ver a alguien que no atiende a razones, que sigue en sus trece, que se obceca en el error. Por ejemplo: un operario que hace algo mal y cuando alguien lo corrige, decide seguir actuando mal por orgullo. Porque, en el fondo, es eso: la terquedad es una manifestación de orgullo disfrazada de experiencia, conocimiento o lo que se quiera.