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San Gerardo Mayela, el santo que jugaba con Jesús niño todos los días

ST GERARD MAJELLA

Nashastudiya | CC BY SA 4.0

Larry Peterson - publicado el 22/01/18

¿Defiendes la vida? ¡Entabla amistad con este santo!

San Gerardo Mayela es un santo patrón de los niños no natos y de las madres embarazadas. Muchos milagros se han atribuido a la intercesión de este joven.

Gerardo era el hijo más pequeño de Domenico y Benedetta Mayela. Ya tenían tres hijas, así que, el 6 de abril de 1726, Gerardo se convirtió en su único varón.

La familia Mayela era una familia trabajadora italiana y Benedetta llevaba a sus hijos a misa al santuario de Nuestra Señora de Gracia tan a menudo como podía. A Gerardo, con solo tres años, le encantaba la estatua de la “señora guapa con el bebé”.

Siendo Gerardo un poco más mayor, solía escaparse para ir él solo al santuario. Una vez llegó a casa gritando: “Mamá, mamá, mira lo que me ha dado el niño pequeño”. En su mano sostenía un pequeño bollo de pan.

Nadie prestó mucha atención aquello pero, después de que volviera varios días a casa con más panecillos, su madre decidió seguirle para ver qué andaba tramando.

Lo que vio la dejó estupefacta porque, según parecía, la estatua de Nuestra Señora de Gracia cobraba vida y el Niño que sostenía en brazos bajaba corriendo a jugar con Gerardo.

La madre se marchó rápidamente y, por supuesto, cuando Gerardo volvió a casa, traía otro panecillo con él. Benedetta mantuvo esto en secreto.

El padre de Gerardo murió cuando el muchacho tenía 12 años, con lo que la familia cayó en la pobreza. El padre de Gerardo era sastre, así que Benedetta mandó a Gerardo a aprender costura para ser sastre como su padre.

Sin embargo, después de cuatro años de aprendizaje, a Gerardo le ofrecieron el trabajo de sirviente del obispo local de Lacedonia. Como hacía falta el dinero, aceptó el puesto.

El obispo no dejaba de escuchar historias de Gerardo y su bondad, sobre cómo siempre se paraba a visitar a los pobres del ambulatorio, cómo siempre ayudaba a los demás e incluso llevaba a los pobres las sobras de la mesa del obispo. El joven se estaba ganando una buena reputación solamente siendo él mismo.

Cuando el obispo falleció, Gerardo regresó a su oficio de sastre. Dividía sus ganancias entre su madre, los pobres y las ofrendas por las almas del purgatorio. Para cuando había cumplido 21 años, ya había establecido un negocio estable.

Su madre, sin embargo, miraba con preocupación a su hijo. Era delgado y frágil porque siempre estaba ayunando y haciendo penitencia.

Ella le suplicaba que comiera y él le decía: “Mamá, Dios proveerá. En cuanto a mí, yo quiero ser santo”.

Gerardo intentó unirse a los capuchinos, pero le consideraron demasiado enclenque como para soportar las exigencias de la orden.

Finalmente, después de mucha súplica e insistencia, fue aceptado como hermano lego en la Congregación del Santísimo Redentor, también conocida como redentoristas.

Como hermano lego, nunca podría ser sacerdote, decir misa o escuchar confesiones. Pero sí podría vivir bajo el mismo techo, vestir el mismo hábito y compartir las oraciones. También asumiría los votos de pobreza, castidad y obediencia. Sería conserje en el monasterio.

Aceptó de buen grado su función y sirvió bien a la comunidad como jardinero, sacristán, portero, cocinero, carpintero y, por supuesto, sastre.

Y luego estaban los niños, que acudían siempre en multitud para escuchar las increíbles historias de Gerardo y para aprender a rezar.

Una vez, habiendo un grupo enorme sentado a su alrededor para escucharle, un niño cayó por un precipicio. Cuando llegaron hasta el niño, lo creyeron muerto.

Gerardo dijo al padre del muchacho: “No es nada”. Luego marcó una cruz sobre la frente del chico y, entonces, despertó. Fue uno de los muchos milagros de Gerardo con testigos.

Gerardo enfermó de tuberculosis y murió el 16 de octubre de 1755. Solamente tenía 29 años. Muchos milagros se atribuyeron a su intercesión. Uno en concreto destaca como el motivo por el que llegó a conocerse como el santo patrón de las madres.

Pocos meses antes de su muerte, estaba visitando a una familia. Se le cayó su pañuelo y una de las niñas lo recogió para devolvérselo. Él le dijo que lo conservara por si algún día lo necesitaba.

Años más tarde, ya como mujer casada, estaba a punto de dar a luz, pero el médico estaba seguro de que el bebé no sobreviviría.

Ella se acordó del pañuelo y pidió que se lo dieran. Cuando lo sostuvo contra su vientre, el dolor desapareció y dio a luz a un bebé sano. Fue algo inexplicable.

En 1893, el papa León XIII beatificó a Gerardo. El 11 de diciembre de 1904, el papa santo Pío X lo canonizó en Roma.

San Gerardo Mayela, por favor reza por todos los niños no nacidos en peligro de perder la vida, así como por las madres embarazadas de todo el mundo.

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