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Quitar la cruz de la estatua de Juan Pablo II, ¿sana laicidad?

JOHN PAUL II PLOERMEL

© DAMIEN MEYER I AFP

Gabrielle de Loynes - publicado el 31/10/17

En Ploërmel, el retiro de la cruz que corona la estatua del papa Juan Pablo II erigida sobre una plaza pública relanza el debate sobre la laicidad en Francia y cuestiona su definición

El 25 de octubre de 2017, el Consejo de Estado francés, la más alta jurisdicción de orden administrativo, dio orden a la comuna de Ploërmel de proceder al retiro de la cruz que corona una estatua del papa Juan Pablo II, en nombre de la neutralidad de las entidades públicas en relación a los cultos. Una decisión que ilustra el rechazo a toda presencia de lo religioso en el espacio público en Francia.

Laicidad: separación entre Iglesias y Estado

La ley del 9 de diciembre de 1905 que proclamó la separación entre Iglesias y Estado refleja un equilibrio entre la libertad religiosa y la neutralidad de los entes públicos.

Dicha ley afirma que “la República garantiza la libertad de conciencia, garantiza el libre ejercicio de cultos” y “no reconoce, ni remunera, ni subvenciona ningún culto”.

Tras los primeros litigios relativos a repiques de campanas, a procesiones religiosas, a funerales y a pequeñas cruces que llevaban alumnos de escuela, el Consejo de Estado desarrolló primero una jurisprudencia pacificadora que aplicara la ley con el cuidado de respetar las tradiciones y de aceptar la diversidad de comportamientos.

La laicidad es, por tanto, abierta y tolerante. Así, según la Constitución de 1958, “Francia es una República (…) laica (…) que respeta todas las creencias”. Lo político y lo religioso sin duda están separados, son distintos, pero no opuestos.

Se admite que las autoridades territoriales puedan financiar los proyectos relacionados con edificios o prácticas culturales (restauración de un órgano de una iglesia o disposición en una iglesia de equipamiento que permita sacrificios rituales en condiciones sanitarias adecuadas). A cambio, se invita a los creyentes a participar en los asuntos públicos dentro del respeto a los principios democráticos. El laicismo resulta, pues, una distinción necesaria y neutral.

De la separación al rechazo de lo religioso

En la actualidad, la laicidad parece mostrarse como un conjunto de valores impregnados de moralidad e ideología que tienen como objetivo eliminar cualquier expresión religiosa del espacio público. Falta tolerancia; la presencia de lo religioso se ha vuelto insoportable, desagradable.

Mientras que en la tradición de 1905 el Estado debía permanecer neutral para garantizar la libertad de conciencia de los ciudadanos, en la última década el Estado ha impuesto la neutralidad a los ciudadanos en la vida pública. Con el velo islámico, la escuela fue el primer escenario de discusión.

Si en el pasado se afirmaba que “la enseñanza es laica, no porque se prohíba la expresión de las diferentes fes, sino porque las tolera todas” (Consejo de Estado, Decisión Kherouaa, 2 de noviembre de 1992), hoy en día, la ley del 15 de marzo de 2004 prohíbe que en la escuela se porten “signos o prendas con las que los alumnos manifiesten ostensiblemente su pertenencia religiosa”.

Desde entonces se pide a la religión que se exprese con discreción. Más allá de la escuela, la cuestión se extendió rápidamente a la esfera pública. Cuanto más se difunde el control laico, más se dispersa y pierde su coherencia. Por un lado, se prohíben el burka y el nicab en los espacios públicos; por otro lado, el burkini se tolera en las playas porque no hay riesgo comprobado de alteración del orden público. Se prohíben los portales de Belén en el interior de edificios y sedes de servicios públicos, pero pueden instalarse en otros emplazamientos públicos durante las fiestas de fin de año.

Se permite la construcción en una plaza pública de una estatua del papa Juan Pablo II rodeado de un arco, pero se ordena retirar la cruz que la corona. Con tanto querer vaciar el espacio público de toda dimensión religiosa, ¿no está vaciándose la laicidad de su sentido y de su eficacia? De la tolerancia a las diferentes religiones, ¿no se ha convertido la laicidad en una dinámica de combate antirreligioso? El rechazo sistemático a lo religioso, ¿no es fuente de reacciones comunitaristas y de retrocesos identitarios? Porque, en toda religión, hay una expresión de un colectivo, de una cultura y de unas tradiciones.

Detrás de la religión: identidades, artes y tradiciones

El artículo 28 de la ley del 9 de diciembre de 1905 “prohíbe erigir o colocar cualquier señal o emblema religioso sobre monumentos públicos o en un emplazamiento público, sea el que sea, a excepción de edificios de culto, terrenos de sepultura en los cementerios, monumentos funerarios y museos o exposiciones”. Sin embargo, la expresión de la fe no se limita a la vida privada o a la intimidad de la persona. Vivir la propia fe puede suponer para un individuo una expresión artística, familiar, cultural, histórica o asociativa. De modo que un emblema o signo puede ser a la vez religioso, cultural o tradicional.

Es esta pluralidad de significados la que admitió el Consejo de Estado en relación a los belenes navideños “que presentan un carácter religioso pero son también elementos de decoración profanos instalados para las fiestas de fin de año” (CE, 9 de noviembre, 2016, Federación departamental de librepensadores de Sena y Marne). En Ploërmel, el Consejo de Estado hace esta vez una división arbitraria y paradójica de la estatua entre lo que concierne a la fe y lo que es un asunto de arte e historia. Se afirma que, aunque el arco y Juan Pablo II no pueden ser considerados en sí mismos como un signo religioso, “no puede decirse lo mismo, dadas sus características, de la cruz” (CE, 25 de octubre de 2017, Federación Morbihanesa de Libre Pensamiento y otros). Al expulsar a la religión de la esfera pública, la laicidad censura el arte, la cultura, el turismo y el patrimonio.

Hacia una laicidad legítima y sana

Irónicamente, fue el papa Juan Pablo II quien, en su carta a los Obispos de Francia en 2005, volvió a abordar la cuestión de la laicidad en Francia con ocasión del centenario de la ley de 1905: “El principio de laicidad, muy arraigado en vuestro país, pertenece también a la doctrina social de la Iglesia. Recuerda la necesidad de una justa separación de poderes, que se hace eco de la invitación de Cristo a sus discípulos: ‘Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios’ (Lc 20, 25)”. Es necesario también que se aclaren los términos, precisar qué es, para la Iglesia, una “laicidad legítima y sana”. La laicidad “sana y legítima” deseada por la Iglesia reconoce, desde el Vaticano II, la plena autonomía de los poderes civiles y religiosos, la defensa de la libertad de conciencia y el pluralismo religioso.

No obstante, la doctrina de la Iglesia rechaza una laicidad de exclusión de lo religioso, para crear un espacio en el que cada uno, con respeto a los demás, pueda expresar sus convicciones. “En caso contrario, se corre siempre el riesgo de un aislamiento de identidad y sectario, y del aumento de la intolerancia, que no pueden menos de entorpecer la convivencia y la concordia en el seno de la nación” (Mensaje del papa Juan Pablo II a la Conferencia Episcopal de Francia, 2005).

Así declaró el papa Francisco en su discurso en Ankara el 28 de noviembre de 2014: “es fundamental que los ciudadanos musulmanes, judíos y cristianos, gocen – tanto en las disposiciones de la ley como en su aplicación efectiva – de los mismos derechos y respeten las mismas obligaciones.

De este modo, se reconocerán más fácilmente como hermanos y compañeros de camino, alejándose cada vez más de las incomprensiones y fomentando la colaboración y el entendimiento. La libertad religiosa y la libertad de expresión, efectivamente garantizadas para todos, impulsarán el florecimiento de la amistad, convirtiéndose en un signo elocuente de paz”. Una laicidad sana es, por tanto, la que garantiza el libre ejercicio de todos los cultos.

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