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¿Por qué los sacerdotes no se pueden casar?

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El celibato en la Iglesia católica tiene una rica historia

Aleteia Team - publicado el 13/09/13

¿El celibato de los sacerdotes es un dogma? ¿Puede revisarse su práctica?

El celibato está íntimamente conectado con la esencia misma del sacerdocio como participación en la vida de Cristo, en su identidad y misión.

A día de hoy es una norma disciplinar -y no un dogma de fe- en uso en la Iglesia de rito latino.

Y esa norma es fuente de dones espirituales inconmensurables, como testifican las vidas de muchos santos.




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1. En la Iglesia de los primeros siglos, el celibato fue acogido para seguir el ejemplo de los Apóstoles, no sólo como una disciplina, sino sobre todo como un don carismático.

Actualmente, los ministros ordenados por la Iglesia católica de rito romano, excepto los diáconos permanentes, deben ser célibes.

Esta norma disciplinar –susceptible, por tanto, de modificaciones en el sentido de permitir la ordenación presbiteral de hombres casados- se impuso a partir del Concilio de Trento (1545-1563). Aunque ha seguido un camino de discernimiento cuyas raíces se remontan a los albores de la Iglesia.

En los primeros siglos, muchos ministros consagrados estaban casados. Pero eran adoctrinados en la continencia.

Esta práctica se remonta a la tradición apostólica y estaba recomendada por los Padres de la Iglesia y por Pablo.

Para este sabio santo la continencia favorece la donación a Dios en la oración (1 Cor 7,5).

Los Apóstoles, para adaptarse mejor al ejemplo de Jesús, decidieron, de hecho, dejar a sus mujeres e hijos para vivir de una manera fraterna y célibe, o por lo menos continente, en los casos en que ya estaban casados, como Pedro.

Cristo, que era ya “signo de contradicción” (Lc 2,34) para los judíos de entonces -para quienes el celibato era una condición humillante (Jueces 11, 37)-, eligió hacerse “eunuco” “por el reino de los cielos” (Mt 19,12).

Y ello con el fin de dedicar todas sus energías al anuncio del Reino de Dios, libre de cualquier vínculo familiar.

Y así vivió en el celibato y en la continencia perpetua, sin generar hijos. Sin embargo permitió a las mujeres, a diferencia de los rabinos de la época, seguirlo y escuchar su palabra, compartiendo con ellas una amistad auténtica y madura.


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En la estela de esta concepción de la Iglesia apostólica, la prescripción de estar casados “con una sola mujer” para los candidatos al episcopado, al diaconado (1 Tm3,2; 1Tm 3,12) y al presbiterado (Tt 1,6), según la explicación provista por el papa san Siricio (384-399) en los Decretos Directa (385) y Cum in unum (386), nos da a entender algo. Y es que en realidad desde la época en la que se escribieron las cartas pastorales, los obispos, los sacerdotes y los diáconos eran instados a mantener la continencia total.

Por tanto, todos los diáconos, presbíteros y obispos, independientemente de que estuviesen casados, fueran viudos o célibes debían abstenerse, desde el día de su ordenación, de cualquier forma de actividad sexual y no debían engendrar hijos.

Desde el 200 D.C., de fuentes procedentes de Oriente y de Occidente tenemos indicios, cada vez más frecuentes, de una práctica de abstinencia en los clérigos.

A partir del siglo III, la tendencia general va claramente hacia un clero célibe.

En Occidente, el documento legislativo más antiguo que prevé la abstinencia para los ministros sagrados so pena de la retirada del ministerio es el canon 33 del Concilio de Elvira, en el sur de España (306).

La afirmación del monaquismo en el siglo IV favoreció, más tarde, una profundización teológica de la abstinencia en los clérigos.

El siglo X se caracterizó por un notable declive cultural y religioso, que llevó al abandono casi general de la práctica del celibato en el clero.

Posteriormente, en el siglo XI, la reforma gregoriana animó la vuelta a la disciplina, sancionada después en el Primer Concilio ecuménico de Letrán en 1123, mientras que en el Segundo, en 1139, se estableció la nulidad del matrimonio contraído después de la ordenación.

El Concilio de Trento reafirmó la posibilidad del voto de castidad y dio una mayor dignidad al estado virginal.

REFERENCIAS:
¿Por qué los sacerdotes, en la Iglesia Romana son célibes?
http://www.sancarlo.pcn.net/argomenti_nuovo/pagina40.html

El celibato eclesiástico: perfil histórico-doctrinal
http://www.zenit.org/article-21715?l=italian

2. Las Iglesias orientales en comunión con Roma continúan ordenando sacerdotes a hombres casados pero exigen el celibato para el episcopado y también a los monjes, como signo del gran valor que conlleva.

En los primeros siglos, las Iglesias orientales conocieron, exactamente como las de Occidente, la abstinencia de los clérigos. Lo testifican en algunos escritos san Epifanio (obispo de Salamina), san Jerónimo (uno de los más importantes Padres de la Iglesia de Occidente) y el mismo emperador Justiniano.

Fue en el siglo V cuando esta línea común se fragmentó.

Este proceso comenzó en Oriente con el distanciamiento de gran parte de las Iglesias no griegas, de las Iglesias del Imperio y alcanzó a la Iglesia bizantina.

Hoy prácticamente todas las Iglesias Orientales rechazan ya sea la disciplina de abstinencia ya sea la disciplina del celibato seguida en Occidente.

Hoy existen, por tanto, en las Iglesias orientales, diáconos y sacerdotes casados que tienen hijos incluso después de la ordenación.

Sin embargo permanecen elementos ligados al celibato. Por ejemplo, la prohibición de los segundos matrimonios y de casarse después de la ordenación, y sobre todo la elección de candidatos al episcopado entre los que viven el celibato.




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Lo que marcó la diferencia fue el Sínodo bizantino de Trullo (691). A partir de entonces, de hecho, en Oriente se permitió el uso del matrimonio a los clérigos casados cuando no realizaban el servicio en el altar, lo que disminuye el carácter de la dimensión esponsal del sacerdocio.

En consecuencia, decayó en Oriente la celebración diaria de la eucaristía por parte de los sacerdotes casados. Porque de otra manera debían abstenerse siempre de sus deberes conyugales.

La investigación histórica concuerda en la consideración de que el Sínodo trullano usó textos manipulados o mal traducidos de los sínodos norteafricanos del 390 y el 401 que contienen pronunciamientos a favor de la completa abstinencia de los clérigos, distorsionando a continuación el mensaje en sentido contrario.

Hay buenas razones, además, para considerar que la práctica común en Oriente y Occidente anterior al Sínodo de Trullo aceptaba que los clérigos provinieran en gran parte de candidatos casados y de edad avanzada (presbíteros=ancianos), siempre y cuando estos, de acuerdo con sus mujeres, se comprometieran a vivir en total y perpetua continencia.

Ya en aquella época, aunque no se había llegado a una teorización teológica del celibato sacerdotal, se intuía que el sacerdote debía estar libre de cualquier otro vínculo total para poderse dar a la Iglesia.

Por eso, como primera medida se exigía a los candidatos casados la continencia perfecta y además se prohibía la cohabitación con la mujer.

Considerada la inconveniencia de prohibir la relación conyugal a los que estaban legalmente casados, la evolución lógica fue que en la Iglesia Latina se tendiese cada vez más a buscar candidatos célibes.

La disciplina introducida por el Sínodo de Trullo está aceptada por la Iglesia de Roma. Aunque la Sede Apostólica estableció algunas restricciones para los sacerdotes orientales que desarrollan su ministerio en Occidente.

Recientemente, sin embargo, la Iglesia Siromalankar y la Siromalabar han afirmado libremente la exigencia del celibato para sus sacerdotes.




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3. El celibato es una elección libre de amor en respuesta a una invitación de Dios a seguir a Cristo en su donación, incluso en la carne, como “esposo de la Iglesia”.

Hay que entender correctamente el celibato como fundamento para la vida de los ministros de la Iglesia y no como mera ley eclesiástica.

Y para ello es necesario ir a la raíz teológica que se encuentra en la nueva identidad que se le da al que recibe el orden sacerdotal.

Una contribución determinante para la definición de la perenne validez del celibato sacerdotal se ofreció desde el magisterio de los pontífices. Está bien condensada en el Catecismo de la Iglesia Católica en el nº 1579.

Lo que llama la atención es que el magisterio papal sobre el celibato anterior al Concilio Vaticano II insiste mucho en el aspecto sagrado del celibato y en el vínculo entre el ejercicio del culto y la virginidad por el Reino de los Cielos. El sucesivo por su parte se abre a razones más cristológicas y pastorales.

En particular, la encíclica  Sacra Virginitasde Pío XII (1954) afirmaba:

“Si los sacerdotes […] observan la castidad perfecta, esto es, en definitiva, porque su Divino Maestro permaneció, Él mismo, virgen hasta la muerte”.

Juan XXIII, en la encíclica Sacerdotii nostri primordia (1959), ponía en evidencia el vínculo entre la ofrenda eucarística y el don cotidiano de sí mismos, incluso en la carne a través del celibato.

Y reconocía que la desorientación en la fidelidad y en la necesidad del celibato eclesiástico dependía de la incorrecta comprensión de su relación con la celebración eucarística.

El Concilio Vaticano II habla de ello en el nº16 del Presbyterorum Ordinis (1965).

Este decreto indica que entre el sacerdocio ministerial y el celibato no existe un vínculo de estrecha necesidad sino de “múltiple conveniencia”.

Y funda este juicio en la recomendación de Jesucristo de seguir su ejemplo contenido en Mt 19,12.

Y también en las prerrogativas de la virginidad cristiana indicadas por san Pablo (1 Cor 7,25-40), que favorecen la adhesión total a Cristo y testifican la fe en la vida futura.

La Epístola a los Efesios (5,21-33) describe la alianza entre Cristo y la Iglesia con la imagen del matrimonio, en la que el “esposo” Cristo se dona a su “esposa” para hacerla toda bella.

El principal texto del magisterio sobre el celibato sacerdotal es, sin embargo, la encíclica de Pablo VI Sacerdotalis caelibatus (1967).

Destaca el significado escatológico del celibato, y reconoce que “el precioso don divino de la continencia perfecta por el Reino de los Cielos constituye […] un signo particular de los bienes celestes” y está indicado como “un testimonio de la necesaria tensión del Pueblo de Dios hacia la última Meta de la peregrinación terrestre, incitando a todos a levantar la mirada hacia las cosas supremas”(n. 34).

Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Pastores dabo vobis(1992), acoge el don del celibato en el vínculo entre Jesús y el sacerdote.

Y por primera vez menciona la importancia incluso psicológica de este vínculo.

Pero sobre todo indica “la vida según el Espíritu” y la “radicalidad evangélica” como las dos directrices irrenunciables del celibato.

En 2005, en el primer mensaje de su pontificado, al final de la concelebración con los cardenales electores en la Capilla Sixtina, Benedicto XVI afirmó que “el Sacerdocio ministerial nació en el Cenáculo, junto con la Eucaristía”.

El mismo Papa, en el discurso de la audiencia a la Curia Romana para la felicitación de la Navidad de 2006, dijo que el verdadero fundamento del celibato “puede ser sólo teocéntrico»:

«No puede significar el permanecer privado de amor, sino que debe significar el dejarse llevar por la pasión por Dios, aprendiendo pues, gracias a una intimidad más profunda con Él, a servir también a los hombres.

El celibato debe ser un testimonio de fe. La Fe en Dios se convierte en algo concreto en esa forma de vida que sólo a partir de Dios cobra sentido.

Apoyar la vida en Él, renunciando al matrimonio y a la familia, significa que yo acojo y experimento a Dios como realidad y por esto puedo llevarlo a los hombres”.




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4. A pesar de los debates nacidos en el seno y fuera de la Iglesia, el celibato sacerdotal se ha afirmado siempre como un tesoro incalculable.

En el transcurso de los siglos no han faltado ataques al celibato eclesiástico, sobre todo desde contextos y mentalidades completamente ajenas a la fe.

Han sido tentativas de una mentalidad secularizada, hija del Iluminismo y del Modernismo, que pretende encuadrar a la Iglesia en categorías sociales. Y hacer del sacerdote un simple asistente social, privándolo de su investidura sobrenatural.

En las últimas décadas, sin embargo, también en el seno de la Iglesia se ha retomado el debate sobre la posibilidad de abolir la disciplina del celibato para los sacerdotes.

Sobre la cuestión se han expresado, también, dos Asambleas Generales del Sínodo de los Obispos, en 1971 y en 1990. En concreto han reafirmado el celibato como opción libre y responsable del sacerdote al servicio de Cristo y de su Iglesia. 

También se ha tratado en el sínodo de la Amazonia.




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El celibato volvió con fuerza al centro de las discusiones también después de los escándalos sexuales relacionados con menores que han ocurrido en las diversas Iglesias nacionales.

Una plaga, según se lee en una Carta circular redactada por la Santa Sede en 2011 y dirigida a todas las Conferencias Episcopales, que habla más de una pérdida de la fe y una torcida comprensión del celibato.

Por este motivo, el documento invita a que los candidatos al sacerdocio “aprecien la castidad y el celibato y las responsabilidades de la paternidad espiritual por parte del clérigo y puedan profundizar en el conocimiento de la disciplina de la Iglesia sobre este tema”.

En una contribución recogida en el volumen Los movimientos en la Iglesia (1999), el cardenal Joseph Ratzinger dijo algo relacionado con eso. Que la Iglesia “no puede instituir ella misma sencillamente a ‘funcionarios’, sino que debe atender la llamada de Dios”.

Se comprende por tanto la exhortación de Jesús a pedir “al dueño de la mies que mande obreros a su mies” (Mt 9,38). Y que Él mismo haya rezado una noche entera antes de llamar a los doce Apóstoles (Lc 6,12-16).

Entonces, como ha destacado el cardenal Mauro Piacenza, prefecto de la Congregación para el Clero, interviniendo en un debate en Ars (Francia) en 2011, existe una necesidad:

“Ser radicales para seguir a Cristo sin temer el descenso del número de sacerdotes. De hecho, el número decrece cuando baja la temperatura de la fe, porque las vocaciones son un ‘asunto’ divino y no humano. Siguen la lógica divina que es necedad para los ojos humanos”.

En el diálogo con los sacerdotes durante la gran Vigilia de la clausura del Año Sacerdotal el 10 de junio de 2010, Benedicto destacó algo en este sentido:

“Para el mundo agnóstico, el mundo en el que Dios no tiene nada que ver, el celibato es un gran escándalo, porque muestra que Dios está considerado y es vivido como una realidad”.

“Un escándalo que también tiene un lado positivo”, puso de relieve el Papa alemán en su libro-entrevista con Peter Seewald titulado Luz del mundo. Y que representa “una afrenta a lo que las personas piensan normalmente; algo que es creíble y realizable sólo si es un don de Dios y si, a través de él, lucho por el Reino de Dios”.

Defender el valor del celibato sacerdotal significa, por tanto, redescubrir este don, que tiene en sí mismo un deber y una llamada que excede la medida de lo humano.

Significa hacer de él no una práctica eremita sino una afirmación gozosa y confiada del hombre que se confía a Dios.




Te puede interesar:
3 buenas razones para preservar el celibato sacerdotal

•    Carta Circular para ayudar a las Conferencias Episcopales en la preparación de las Líneas guía para el trato de los casos de abuso sexual de menores por parte de los clérigos, 3 de mayo de 2011[Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués, Eslovaco, Español, Alemán]

Más información: La pagina web de la Congregación vaticana para el Clero ofrece una extraordinaria documentación sobre el valor del celibato, www.clerus.org

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