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¿Cómo recibir un embarazo sorpresa?

TEST CIĄŻOWY, DWIE KRESKI

Africa Studio | Shutterstock

Edifa - publicado el 13/12/20

Cuando Jeanne descubre que está embarazada, le cae como un jarro de agua fría. Un bebé inesperado que llega antes de lo previsto, un embarazo sorpresa a una edad inesperada…

Un “embarazo sorpresa” puede trastornar profundamente la vida de una pareja. Sin embargo, este nuevo miembro de la familia abre un camino de desarrollo humano y espiritual.

“¡Y pensar que podríamos no haberlo tenido…!”, se repite a menudo Daniel mientras observa embelesado a su pequeño bebé. El pequeño, al que los padres no vieron venir, es hoy la alegría de la casa. Sin embargo, estos padres, católicos comprometidos y convencidos del valor de toda vida necesitaron tiempo para sincronizarse y disfrutar de su felicidad al unísono.

Hace diez años, Daniel y Jeanne creían haber pasado la fase de la primera infancia. Se alegraban al ver crecer a sus cuatro hijos, de entre 13 y 5 años y, en el caso de la madre, poder dedicarse de nuevo a tiempo completo a su trabajo de profesora.

“Teníamos un buen coche y una buena casa”, recuerdan Daniel. “Y habíamos dado todos nuestros artículos de bebé, como para asegurarnos de que no tendríamos más”.

Cuando Jeanne descubre que está embarazada, le cae como un jarro de agua fría. Sus embarazos y sus partos le habían dejado recuerdos dolorosos y sufre por deber sacrificar de nuevo su vida profesional, así que no logra alegrarse por la noticia.

Llora mucho y, por primera vez en su vida, se encuentra tomando antidepresivos: “Necesité cinco meses para aceptarlo y decirme: ‘Ahora, toca avanzar’”, recuerda.

“Tuve que tomarme el tiempo de escuchar a mi esposa, de dejarla gritar su desesperación, su incomprensión, su consternación”, confiesa Daniel, tanto más desconcertado al experimentar, él sí, “una gran alegría” ante la idea de esa nueva vida que comienza.

Inquietud mezclada con alegría

Con perspectiva, esos pocos meses que pasaron “compartiendo nuestros sentimientos sin comprenderlos realmente” fueron la ocasión de “revisar nuestra vida y darnos cuenta de hasta qué punto nunca nos había faltado nada”.

Cuando los padres no lo habían previsto, la llegada de un bebé al hogar puede suscitar sentimientos contradictorios dentro de la pareja y en ambos individualmente: “Cada vez que vienen parejas a compartir conmigo esta situación, expresan cierta inquietud mezclada con alegría”, cuenta el padre Sébastien Thomas. “Es muy paradójico, pero ambas actitudes pueden cohabitar en la misma persona”.

Adversidad e indignación interna

Así lo vivió Marie al descubrir que un cuarto bebé se había invitado a la familia mientras que, con su marido, habían imaginado “respirar un poco” después de tres nacimientos próximos: “Nuestro menor tenía 3 años, salíamos por fin de las noches en vela y pensábamos dedicar más tiempo a nuestra pareja y a cada uno de nuestros hijos, a los que teníamos cierta impresión de haber tratado en serie durante los primeros años”.

Igual que desde su boda, la pareja practicaba entonces métodos naturales de regulación de la fertilidad, pero sin una formación rigurosa. Cuando Marie debió “rendirse a la evidencia”, descubrió “un sentimiento ambivalente”.

Acababa de incorporarse a un trabajo apasionante, concebido a medida para ella y sus exigencias de madre de familia y por el cual fue sustituida tras el anuncio de su embarazo, en un acuerdo mutuo.

“Aunque mi empleador no me lo reprochó, yo tenía un poco la impresión de haberle traicionado. Estaba decepcionada con este embarazo y me reprochaba estar encinta”.

Finalmente, las reacciones alegres de su entorno les ayudaron con rapidez, a ella y a su marido, a abordar la llegada de este cuarto pequeño con más levedad, “¡sobre todo al darnos cuenta de que no éramos en absoluto los únicos que recibían una pequeña sorpresa!”.

Una dicha que culminó el día del parto: “Fue extraordinario, estábamos totalmente maravillados. Un momento así sigue siendo de una felicidad indescriptible, nunca te cansas de ello…”.

Reacciones de la familia y amigos

Con todo, cuando un embarazo no previsto se vive como un trance, las reacciones del entorno pueden ser un bálsamo para el corazón… o puñaladas.

Olivia tiene 33 años y seis hijos: estaba extenuada cuando se anunció la quinta pequeña, cuando la precedente tenía cinco meses y la familia vivía en una casa de 73 m2 que tenían problemas para vender. Dos años después, cuenta la joven madre de familia, “apretaba los dientes diciéndome a mí misma que casi había terminado con la infancia y me llenaba la cabeza de proyectos gratificantes, cuando me di cuenta de que estaba embarazada otra vez”. Esta vez, la familia tenía una vivienda mejor, pero su marido se iba a la mar varias veces al mes y la joven madre tuvo que parir sola.

“Psicológica y espiritualmente, viví momentos de gran adversidad e indignación internas ¡y llegué incluso a pensar que las Femen tenían razón y que era completamente dependiente de mi biología!”.

Y todo con la impresión de afrontar un auténtico tabú en un entorno católico y provida como el suyo: “No siempre sentí apoyo cuando expresé mi angustia”, recuerda, evocando “silencios elocuentes”, “aspectos disgustados” o comentarios fuera de lugar como “Tienes suerte de tener alguno”. “Tenía la impresión de estar diciendo una obscenidad cuando decía que estaba harta”, confiesa la joven.

No alegrarse

“El Señor me comprendía. Yo tenía derecho a considerar dura mi situación”

Sin embargo, “no es pecado no alegrarse”, defiende Juliette, para quien la tercera hija llegó muy rápido después de los dos mayores. “Sabíamos que estábamos arriesgándonos”, precisa.

En el momento, la noticia no fue fácil de encajar para la madre, que terminaba sus estudios mientras la pareja vivía en celibato geográfico. “Sin considerarlo, pensé en el aborto, diciéndome que sería bastante práctico…”, cuenta la madre de familia.

Al desasosiego se añade entonces la culpabilidad: “La alegría llegó progresivamente a partir del día en que, al comienzo de mi embarazo, me confesé de no estar alegrándome: entonces, el sacerdote me liberó enormemente de mi culpa. El Señor me entendía. Yo tenía derecho a considerar dura mi situación”.

“Tenemos derecho a ser cristianos, abiertos a la vida y, al mismo tiempo, sufrir cuando nos sorprende la llegada de un bebé”, secunda Hélène Perez, asesora matrimonial, que habla de “estupefacción” para calificar la reacción de un gran número de padres que acuden a su consulta en estas circunstancias.

Las dificultades ligadas a un embarazo no deseado parecen más pesadas cuando la “mentalidad general, que nos impregna sin darnos cuenta, exalta el ‘proyecto parental’ y la ‘programación’ en materia de fecundidad: es muy fácil hoy en día eliminar lo que no nos conviene…”, analiza la asesora.

Sin embargo, es legítimo percibir un embarazo sorpresa como una conmoción, sobre todo para la mujer, que se siente “fragilizada en su cuerpo y en su ser profundo”. Para ella, como con un duelo –el de la familia soñada–, son necesarias ciertas etapas para llegar a la aceptación del embarazo, como la ira o la depresión, antes de conseguir aceptarlo. Sin olvidar un camino de perdón cuando uno de los miembros de la pareja imputa al otro la responsabilidad del embarazo o no consigue entender su sufrimiento.

Acoger la vida

El día en que la angustia cede el espacio a la alegría de acoger la vida

Hélène Perez aconseja encarecidamente al cónyuge que se enfrenta a la angustia del otro, así como al entorno de la pareja, que “escuchen el dolor o la reivindicación sin transferir sus propios filtros de comprensión al otro. Lo primero que se necesita es, sobre todo, que haya alguien que consuele y acepte sin moralizar”.

“Nuestras comunidades cristianas deberían ser un lugar de consuelo y de apoyo para todos los que pasen por una adversidad”, declara el padre Alain Dumont, marcado por el hecho de que ciertas familias “a menudo están extremadamente solas”.

Durante su carrera, ya ha sido testigo del auxilio que una comunidad parroquial puede aportar cuando envuelve a una familia fragilizada por la llegada sorpresa de un bebé: “Muchas personas en el entorno cristiano dicen cosas sin delicadeza y no es el hecho de que las digan lo que puede herir, sino la forma en que las espetan…

La Iglesia no juzga nunca el sufrimiento. Pero una vez que lo haya escuchado, sin querer manipular la decisión, reiterará los fundamentos”.

En la gran mayoría de las situaciones, el embarazo es un tiempo de evolución humana y espiritual a lo largo del cual la angustia cede el espacio poco a poco a la alegría de recibir la vida.

“Nuestro último hijo, que llegó diez años después de sus cuatro hermanos y hermanas mayores, aportó un verdadero soplo de aire fresco a nuestras relaciones familiares, marcadas en ese momento por la confrontación a veces dura con nuestros adolescentes”, cuenta François tras el embarazo que su esposa Anne vivió con dificultad.

Después de unos hermanos mayores más próximos entre sí, François ha tenido también el sentimiento de disfrutar mejor la primera infancia de su último hijo.

En cuanto a las limitaciones materiales, nunca le parecieron tan leves, tanto por la desenvoltura de un padre de familia experimentado como por la ayuda de los mayores, que se mostraron todos muy felices de recibir y de mimar a su hermanito: “¡Según él, ya no necesitábamos canguros!”.

En el plano espiritual, “este nacimiento sorpresa nos hizo tomar conciencia de nuestra pobreza y nos ha obligado a asumirlo humildemente”, atestigua.

Sophie Le Pivain

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