De pequeño, cuando necesitaba algo, acudía a mi mamá. Sabía que si le decía a mi papá directamente, existía la posibilidad de que me lo negara. Sin embargo, con mi mamá era diferente. Ella le decía a mi papá y me obtenía de él lo que necesitaba.
Con la Virgen María pasa algo similar.
Ella intercede por nosotros ante su Hijo Jesús y nos obtiene de Él múltiples gracias y beneficios espirituales.
Los católicos acudimos confiados a la Virgen felices de saber que es nuestra Madre.
“¿NO ESTOY YO AQUÍ QUE SOY TU MADRE?»
¿Cómo temer o angustiarse? Ella misma me tranquiliza con estas bellas palabras:
“NO SE TURBE TU CORAZÓN”.
A menudo me preguntan quién es La Virgen María en mi vida.
―Es mi madre espiritual―respondo ilusionado―, y me encanta saberlo. Sé que como Madre se ocupa de mis asuntos y vela por mí y mi familia y la tuya.
Saber esta verdad me da alegrías y me ayuda a superar las adversidades. En medio de cualquier angustia, me basta recordar las palabras de nuestra Señora a san Juan Diego para que retorne la paz a mi alma. Te las recuerdo:
“Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón, no temas esa ni ninguna otra enfermedad o angustia. ¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo?”
En sus apariciones reconocidas por nuestra santa Madre Iglesia nos ha dejado mensajes poderosos que te sacuden el alma. Estas palabras siempre me han impactado:
«Oren, oren mucho y hagan sacrificios por los pecadores. Son muchas almas que van al infierno porque no hay quien se sacrifique y ruegue por ellas». (Fátima 19 de agosto de 1917)
Los que no poseen este Tesoro en sus vidas y corazones tal vez es porque desconocen lo que ella nos pide a todos desde el principio: «Hagan todo lo que Él les diga.» (Jn 2,5) Y es esto en lo que nos esforzamos.
Buscamos ser hijos agradecidos, obedientes, y tratamos de hacer lo que el buen Jesús nos pide.
Procuro decirle a la Virgen con frecuencia que la quiero y trato de nunca dormir sin rezar primero tres avemarías en su honor.
En estos días leí unos piropos a nuestra santísima Madre del cielo. Uno me encantó y te lo comparto:
“No tengo alas para ir al Cielo, pero sí tengo palabras para decirte: María, te quiero”.
¿Cuál le dirás tú?
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¿Has leído los libros de nuestro autor Claudio de Castro? Te los recomendamos. Son un bálsamo para el Alma.