A mucha gente le pasa con frecuencia que, cuando le va bien, raramente se acuerda de Dios. Y en cuanto llega la prueba, inmediatamente vuelve los ojos al cielo para clamar por la ayuda divina. No es que esté mal, sencillamente, todo el tiempo deberíamos hablar con Dios, en las buenas y en las malas.
Pero no hay que dejarnos llevar por las apariencias. Sucede con nuestras oraciones como ocurrió con la mujer cananea que menciona el evangelio de San Mateo: Jesús y sus discípulos habían ido a Tiro y Sidón, territorio que nada tenía que ver con el pueblo elegido. En eso están, cuando una mujer comienza a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio» (Mt 15,22). Pero el Señor no le respondió.
Insiste sin desfallecer
Sigue la narración con la intercesión de los discípulos, que piden a Jesús que la atienda porque va gritando detrás de ellos, por lo que ya iban fastidiados. Pero el Señor les responde: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel». A pesar de eso, la mujer no se retira ni se deja vencer, vuelve a la carga, se adelanta a los que iban caminando y se postra a los pies de Jesús y de nuevo, ya frente a él, implora: «¡Señor, socórreme!» (Mt 15, 25).
Entonces, viene la respuesta áspera y hasta ofensiva del Señor para probar hasta dónde era capaz de llegar esa madre que pedía un milagro, no para ella sino para su hija: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros» (Mt 15, 26) . Entonces, ella da la estocada final a Dios, con lo que logra su cometido: «¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!» (Mt 15, 27).
La humildad siempre vencerá al Señor
Jesús cede al fin, concediendo la solicitud que ha sido pedida a gritos insistentes, con una frase en la que se lee un dejo de admiración por esta incansable cananea: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!». Y en ese momento su hija quedó curada (Mt 15, 28).
Dios siempre escucha, pero quiere que no nos cansemos de pedir, no por capricho, sino para acostumbrarnos a depender completamente de Él, por eso, oremos sin descanso e insistamos al Señor para que escuche nuestros ruegos humildes y sinceros. Estemos seguros de que tarde o temprano tendremos lo que sea conveniente para nuestra salvación.