Según la disposición de la providencia divina, las almas separadas a veces salen de su morada y se aparecen a los hombres, como Agustín, en el libro citado anteriormente, relata del mártir Félix que se apareció visiblemente a la gente de Nola cuando estaban sitiados por los bárbaros.
También es creíble que esto les pueda ocurrir a veces a los condenados, y que para instrucción e intimidación del hombre se les permita aparecer a los vivos; o también para buscar nuestros sufragios, los que están detenidos en el purgatorio, como lo demuestran muchos casos relatados en el cuarto libro de los Diálogos.
Puede que se nos aparezcan almas del purgatorio para pedirnos nuestras oraciones, mientras que también pueden aparecer almas del infierno, para instruirnos o poner el temor de Dios en nuestro corazón. Las que están en el cielo también se nos pueden aparecer, para nuestro beneficio espiritual.
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Tomás de Aquino señala que existe una gran diferencia entre los santos en el cielo y los condenados en el infierno.
Hay, sin embargo, esta diferencia entre los santos y los condenados, que los santos pueden aparecer cuando quieren a los vivos, pero no los condenados; porque así como los santos, mientras viven en la carne, pueden por los dones de la gracia gratuita sanar y hacer maravillas, lo que solo puede hacerse milagrosamente por el poder divino, y no pueden hacerlo los que carecen de este don, así no es impropio que las almas de los santos estén dotadas de un poder en virtud de su gloria, de modo que pueden aparecer maravillosamente a los vivos, cuando quieren: mientras que otros no pueden hacerlo a menos que se les permita algunas veces.
Esencialmente, los santos en el cielo están completamente unidos a Dios y se les permite aparecer cuando sea más apropiado. Los del infierno no tienen esa misma unión y solo se les permite asustarnos cuando Dios lo considera necesario.
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