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¿Estaré siendo una persona tóxica?

SELF ESTEEM

Racorn - Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 22/07/22

Una invitación del padre Carlos Padilla a mirar el propio interior con honestidad y confianza para descubrir quién soy y cómo Dios me mira

Hoy se habla mucho de las personas tóxicas. Igual que si fueran un alimento o una bebida tóxicos. Se cataloga fácilmente al otro y te dicen que los apartes de tu vida.

Y uno piensa en su interior: – Esa persona me consume la energía positiva, me agota, me desgasta, me mata.

Y entonces la elimino de mi vida, la hago desaparecer, la tacho. ¿Es eso lo que Dios me pide?

¿Me lo pide cuando me habla de amar a todos y especialmente a mi enemigo? Quizás no es eso lo que quiere Dios.

Pero no es fácil.  Veo la toxicidad en los demás. ¿No me equivocaré nunca? ¿No estaré siendo tóxico yo mismo en lugar de los que me rodean?

Mirar a mi interior

¿No estará en mí el pecado más que en los demás? ¡Qué fácil es echarles la culpa a los demás de mis propios errores y debilidades!

Tal vez no me dicen que yo soy tóxico. A lo mejor se alejan de mí porque les quito la energía y no dejo que vivan con paz. Y no me doy cuenta.

Puede ser. Tengo poca capacidad de introspección. No sé mirar hacia dentro para ver si lo que yo hago es bueno o malo, para ver si lo que pienso es sano o constructivo.

No sé ver si mis obras hacen crecer a los demás o los envenenan. Mis juicios, mi forma de mirar la vida. Mis silencios y mis palabras. Mis gestos, mis actitudes.

Me cuesta detenerme a pensar en silencio sobre mi vida, sobre mis relaciones.

Quisiera aprender a quedarme ante un paisaje, ante una puesta de sol sin decir nada, en silencio, quieto y callado. Pensando.

Necesito hacer introspección porque es lo que me salva de falsas imágenes de mí mismo que he ido construyendo para protegerme, para que me quieran, para que me acepten y respeten.

Expectativas

Vivo buscando cumplir los sueños de otros y no me dejo tiempo para ver cuáles son mis sueños.

Veo lo que los demás esperan de mí pero no me detengo a pensar en lo que yo espero. Eso que me piden ¿me hará bien? Eso que esperan de mí ¿lo puedo dar? Esa vida que me sugieren ¿la puedo vivir?

No quiero vivir tratando de contentar a los otros antes que a mí mismo. Ni siquiera pretendo contentar a Dios. Sólo busco hacer lo que Él me pide y sé que Él sólo quiere mi felicidad.

Tengo claro que lo que me pide siempre es algo bueno, y tiene que ver con mi originalidad, con mi verdad escondida.

Dios pronuncia mi nombre y yo me levanto y le sigo. Pero el cómo, la forma, la manera como hacer las cosas a veces es menos importante.

Quiero ser fiel a lo que yo sé hacer. A mi forma de darme, a mi originalidad.

«Esquizofrenia existencial»

Tóxico es todo aquello que me envenena. Pueden ser las circunstancias que me tocan vivir. Puede ser el ambiente en el que me muevo y en el que respiro. O puede ser que yo lleve la toxicidad en mi interior y sea tóxico para otros y también para mí mismo. Ya no lo sé.

Las personas sanas y equilibradas son más felices que las que no lo son. Ellas son las que hacen que mi vida sea mejor. ¿Tendré yo ese equilibrio que les pido a otros?

¿Estaré tan sano como pretendo estar? ¿Viviré esa armonía que me parece un don de Dios? Decía el papa Francisco:

«La enfermedad de la esquizofrenia existencial: Es la enfermedad de los que viven una doble vida, fruto de la hipocresía típica de los mediocres y del progresivo vacío espiritual que ni grados ni títulos académicos pueden llenar.

Se crean así su propio mundo paralelo, donde dejan a un lado todo lo que enseñan con severidad a los demás y empiezan a vivir una vida oculta y, a menudo, disoluta».

No quiero vivir dividido, roto, separando unas cosas de otras. Aplicando ciertas normas para los demás y otras para mí mismo. No quiero vivir totalmente dividido por dentro.

No juzguemos

Tengo un corazón herido pero unido entre las manos de Dios. Los abrazos me sanan, me elevan a Dios, me acercan a Él.

No pretendo ser salvador de nadie. Ni he pensado en lo que deberían hacer los demás con sus vidas.

No quiero convertirme en norma, en ley para todos. No pretendo decidir los que están mal, los que son tóxicos y los que no lo son.

No aparto de mi vida a nadie. No soy yo ese juez que establece los que se salvan y los que se condenan.

Quizás debería tener más humildad en mi corazón para enfrentar la vida. Quiero más bondad para mirar a los demás sin caer en el juicio.

No llevo la condena dibujada en los ojos. No pienso que estén mal los demás mientras que sólo yo hago las cosas bien.

No me juzga el mundo. Yo tampoco lo juzgo. Sólo es Dios el que me mira y me mira bien. Él ve mi belleza antes que toda la oscuridad que yo contemplo.

Me gustaría ser más niño para abrirme a su poder sin miedo a que me descomponga. Dios sabe de qué estoy hecho y no hará nada que pueda hacerme daño porque ve que soy frágil.

Vivir el engaño del mundo es vivir pensando en el juicio de los hombres como si fuera lo más importante.

Esperando a cumplir con sus deseos y expectativas. Que estén contentos conmigo. Que nunca hablen mal de mí. Que nunca me critiquen.

¿Y si piensan que yo soy el tóxico? No importa su juicio. No altera nada de mi verdad. Sigo siendo el mismo antes y después de ese juicio. Eso me da paz.

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