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Cine clásico: «Adiós, muchachos», la infancia en tiempo de guerra

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Orion Classics

José Ángel Barrueco - publicado el 21/03/22

Louis Malle dirigió en 1987 este filme ambientado en un internado durante la segunda guerra mundial. Descubre por qué esta película siempre está en el ranking del mejor cine católico

En «Hora de irse», artículo compilado en el libro Cerezas en el escondite, el escritor Tomás Sánchez Santiago reclamaba que en la enseñanza temprana impartieran cine a los alumnos, sobre todo para hacerles comprender los valores cinematográficos.

«Que los adolescentes y los jóvenes de hoy no tengan apenas referencias cinematográficas, siendo como es el cine un género paralelo a la literatura, a la pintura o a la música, no debe achacarse a su desinterés o a su ignorancia juvenil, como suele hacerse habitualmente, sino a la falta de formación en ese ámbito». 

La idea es magnífica, pero no parece que vaya a convertirse en realidad. Por ello, como padres, debemos orientar a nuestros retoños en la abundante oferta de películas: para que su formación no se limite en exclusividad a los productos de Marvel (sin desdeñar éstos porque también contienen su carga de valores y sus equilibrios entre lo malvado y lo correcto).

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Algo similar hizo David Gilmour con su hijo adolescente: someterlo al visionado de tres filmes semanales elegidos por el padre. Vieron La ley del silencio, El padrino, Los cuatrocientos golpes o ¡Qué bello es vivir!, entre otras. Lo cuenta en su libro Cineclub

Infancia en un internado católico durante la guerra 

A mi hijo mayor le puse hace poco Adiós, muchachos, una película de Louis Malle que me impresionó en la adolescencia y es fácil de encontrar en plataformas como Filmin y Movistar.

Es uno de esos filmes en los que, aunque los espectadores estemos alejados del mundo que retratan (en este caso, un internado católico durante la Segunda Guerra Mundial), los niños y los adolescentes pueden sentirse reflejados.

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Fotograma de Adios Muchachos, de Louis Malle

Porque Malle, con sutileza y ternura, les está hablando de asuntos que les competen, han vivido o no tardarán en experimentar: la amistad, el miedo, el cine; la rivalidad con otros compañeros; las escaramuzas de colegio, la lectura de los libros de aventuras, la asistencia a la iglesia; el juego en los patios y en los bosques durante las excursiones, el reencuentro con los familiares… amén de las penalidades que, por fortuna y de momento, nuestros hijos no van a conocer: el frío, el hambre, las alarmas antiaéreas y la amenaza de los invasores. 

Adiós, muchachos retrata esos días mediante la mirada de Julien Quentin, un niño de 12 años que ingresa en el Convento de Carmelitas y Colegio San Juan de la Cruz. Julien y su hermano pasarán el curso en el internado; mientras el padre, la madre y las hermanas, que forman una familia acomodada, se quedan en París.

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Fotograma de Adios Muchachos, de Louis Malle

La despedida es dolorosa pero las tropas de Hitler han empezado a invadir Francia. En el colegio, Julien conoce a un chico nuevo: Jean Bonnet, con quien mantiene un tira y afloja propio de la infancia, lo que tras algunas disputas desemboca en una sólida amistad.

El Padre Jean, tras una escena de confesión, pide a Julien que sea amable con ese nuevo compañero: «Usted influye en los demás. Cuento con usted». Esto ya nos pone sobre aviso.

Y en el colegio pronto empiezan a surgir sospechas: los milicianos entran a registrar las dependencias, el Padre Jean esconde a Bonnet para que no lo vean, el propio Bonnet le cuenta a Julien que su padre está prisionero y no recibe noticias de su madre desde hace meses… El espectador empieza a pensar que Bonnet proviene de una familia judía y los frailes le ayudan a ocultarse. 

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Fotograma de Adios Muchachos, de Louis Malle

Hay que tener en cuenta que durante la acción de Adiós, muchachos, Europa se desmoronaba. Por eso los chicos se pasan alimentos de estraperlo; por eso en un restaurante los soldados humillan a un comensal judío; y por eso el Padre Jean recuerda, a quienes pertenecen a familias pudientes, que tienen mucho y se les pedirá mucho; pues «el deber de un cristiano es la caridad».

Por eso les insiste en la misa: «Roguemos ahora por los que tienen hambre, por los que sufren, por los que son perseguidos. Rezaremos por las víctimas, y también por los verdugos». Y por eso cuando Julien pregunta a Bonnet: «¿Tienes miedo?», éste responde: «Todo el tiempo». 

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Fotograma de Adios Muchachos, de Louis Malle

Louis Malle retrató con gran sensibilidad y con la belleza de los asuntos sencillos ese entorno; ese clima de guerra que les llega a los niños en ráfagas de temor mientras leen, estudian, aprenden y experimentan los rigores de un tiempo bélico.

El final, que no desvelaremos, sólo puede ser dramático y, por desgracia, inevitable, y en la realidad marcó a Malle. Es una película maravillosa, emotiva y quizá más actual que nunca, y con la que el director francés nos dejó algunas huellas autobiográficas.   

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