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¿Cómo nació la tradición de montar el nacimiento o belén? (I)

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Vidal Arranz - publicado el 25/12/21 - actualizado el 21/12/22

La afición por el belenismo está tan asentada entre nosotros que cabe la tentación de pensar que existió siempre; y siempre así y como la conocemos. Pero nada más lejos de la realidad. 

La devoción por las representaciones de la escena del nacimiento de Cristo fue tomando forma poco a poco. Y, además, esas representaciones tardaron mucho tiempo en convertirse en esos objetos que ahora ocupan los salones de nuestras casas.

De la mano del historiador de la Navidad Francisco José Gómez (autor de la ‘Breve historia de la Navidad’, de Ediciones Nowtilus; y de dos antologías de Cuentos de Navidad de clásicos españoles) vamos a recorrer la primera parte de una historia fascinante. Y muy poco conocida, incluso por los creyentes. 

El nacimiento del ‘belén’ es muy lento

«El primer elemento aparece en el siglo VII, de la mano del papa Teodoro I, que manda traer a Roma los restos que quedaban de lo que se creía que era el pesebre de Belén donde nació Jesús», explica Gómez. 

Se trata de unas tablillas que hoy están recogidas en la basílica de Santa María la Mayor de Roma, en una cripta abierta cuyos principales elementos fueron sufragados por una noble española devota, la duquesa de Villahermosa. 

El gesto expresa una especial devoción española por la Navidad y sus elementos, que no será excepcional. Siglos después, serán comerciantes españoles, burgaleses para más señas, Los Astudillo, los que sufragarán la tumba de los Reyes Magos en la catedral de Colonia (Alemania). Sus restos (o los que se cree eran sus restos) estaban enterrados cerca de Teherán; y la emperatriz santa Helena los hizo llevar a Constantinopla, desde dónde, tras un cierto periplo, terminaron en su actual ubicación alemana.

Pero volvamos a nuestro relato. Todo comenzó con unas reliquias, los restos del pesebre vacío. A partir de ahí se inició una gran devoción que se tradujo en la colocación en templos y casas de cunas vacías en evocación de aquella en la que nació Jesús. Pero sin la presencia de imágenes del Niño. En esta etapa no se asocia todavía ninguna figura a la devoción belenística.

A partir del siglo X, la devoción por el belén se concreta en belenes vivientes, micro representaciones ligadas a la liturgia. En ellas, un grupo de personas recrea el portal de belén; o los episodios de la adoración de los pastores; o de la llegada de los Reyes con su entrega de dones y regalos al niño Dios nacido.

Hay tres momentos del relato bíblico especialmente representados en los oficios de Navidad. El primero es la adoración de los pastores al niño Jesús, que da pie a las ‘pastoradas’, en las que los pastores de cada localidad encontraban, una vez al año, el protagonismo y el reconocimiento social que habitualmente les era negado.

El segundo momento favorito es la adoración de los Reyes Magos y la entrega de los tres regalos (oro, incienso y mirra). 

Finalmente, también tuvo su protagonismo el Oficio de la Estrella, cuando los magos de Oriente descubren en el cielo la señal que les guiará en su camino para llegar hasta Belén.

Prohibición del teatro navideño

Todas estas representaciones tuvieron gran éxito y despertaron un enorme fervor; pero, como suele ocurrir con lo popular, no siempre se ajustaba a las normas sobre lo correcto o lo decoroso. Y se dieron excesos y degeneraciones – en la mayor parte de los casos fruto de una devoción sincera, pero desordenada – que incluían abucheos e insultos, lo que llevó a las autoridades religiosas a tomar medidas. El Papa Inocencio III decide en 1207 prohibir estas formas populares de ‘teatro navideño’.

Y así se encontraban, oficialmente prohibidas, cuando San Francisco de Asís, entra en escena en la Nochebuena de 1223, en Greccio. Y, saltándose la prohibición, decide realizar una recreación en un establo, con un niño de madera, una pareja en representación de María y José, y la mula y el buey. 

Esa noche San Francisco celebró la Misa del Gallo allí, en aquel establo y ante aquel belén viviente. Y, según los testigos, se produjo un milagro que marcaría la historia del belenismo. Al parecer, los asistentes pudieron ver cómo aquel niño de madera que representaba a Jesús se convertía, durante breves instantes, en un niño humano real de carne y hueso. 

El milagro causará conmoción en la Iglesia y será interpretado como una señal divina de que a Dios le place que se celebre su nacimiento. El resultado es que la prohibición de los oficios de Navidad y los belenes vivientes será levantada y la devoción por la escena de Belén recibirá un impulso espectacular. Esta es la razón por la que suele atribuirse a San Francisco de Asís poco menos que la invención del belenismo, no sin cierto exceso.

«De este episodio nace el gesto de acudir a besar a la imagen del Niño Jesús», explica Francisco Gómez. «Quizás muchas personas no lo sepan, pero lo que hacen es repetir el gesto de San Francisco, que también besó a aquel primer niño de madera, con la intención de que resucite al niño interior que llevamos dentro».

Auto de los Reyes Magos

A finales del siglo XIII aparecerá el Auto de los Reyes Magos; obra al parecer de un religioso de Silos, que está considerado la primera obra teatral española. Se inspira en los oficios de Navidad, y, como ellos, tiene un marcado carácter popular; pero aquí ya se desarrolla la historia completa, con la presencia de Herodes; el sacrificio de los santos inocentes, y otros elementos dramáticos, como las dudas de los reyes, que no están en los Evangelios. Posteriormente surgirá también el Auto de Navidad, que recrea todos los episodios ligados con la historia bíblica.

¿Y el resto de las figuras del belén? Pues irán apareciendo lentamente. La primera, como se ha dicho, fue el pesebre vacío. Luego llegó, con San Francisco de Asís, el niño de madera (o también de barro). Lo que explica que ninguna de las figuras de esta época haya logrado sobrevivir al paso del tiempo.

«Los primeros artesanos en fabricar estas imágenes seguramente fueron religiosos en los conventos», explica Francisco Gómez. La razón es que inicialmente se pensó que no cualquiera podía dar forma física al hijo de Dios. Como eco de esa convicción, en Hispanoamérica todavía hoy es común que la gente lleve sus imágenes del Niño Jesús a la Iglesia para que sean bendecidas. 

Que el gran empujón al belenismo lo proporcionara San Francisco de Asís explica por qué los monasterios franciscanos se distinguieron en esta devoción. Pero el fenómeno afectó, en mayor o menor medida, a todas las órdenes religiosas. 

El buey la mula

Nuestra lógica actual nos llevaría a pensar que la siguiente figura en incorporarse a la recreación del Belén sería la Virgen María. Pero no fue así, lo que evidencia lo tortuosos que pueden ser a veces los caminos del Señor. Tras el niño Jesús, las siguientes figuras fueron el buey y la mula, aunque pueda sorprender.  

«El buey representa al pueblo cristiano y aparece dándole calor a Jesús y protegiéndolo. En cambio, la mula encarna al pueblo judío y se la muestra comiéndose la paja del pesebre o incluso mordiendo al niño», explica Francisco Gómez. 

La siguiente figura en incorporarse a la recreación belenística fue la de la Virgen, en el siglo XIII. Pero también aquí hubo cambios con el paso del tiempo. Al principio era costumbre representarla tumbada, recuperándose del parto, como cualquier mujer tras dar a luz. 

Pero esa imagen cambia cuando, en el siglo XIV, Santa Brígida de Suecia tuvo una visión sobre el nacimiento de Cristo. En ella vio que el niño había nacido estando la Virgen arrodillada y en gesto de oración. Esta visión tuvo un gran impacto y cambió por completo la forma de representar a la Virgen en el Belén; y todavía hoy es muy frecuente verla arrodillada y orante.

En España, la figura navideña más antigua que se conserva es la Virgen de Baltanás, en Palencia. Se trata de una figura de madera de unos 50 centímetros de altura que inicialmente debió formar parte de un conjunto alusivo a la ‘Huida a Egipto’. 

«Estas recreaciones se colocaban delante de los altares y eran figuras grandes para que la gente pudiera verlas bien», explica Gómez. En este caso se puede afirmar con seguridad que está hecha por un profesional. Las piezas de barro eran más sencillas.

Luego se incorporan casi a la vez San José y los Reyes Magos. El caso de San José es muy particular porque fue inicialmente una figura muy castigada por la devoción popular. Se le representaba muy anciano, para que quedara claro que no pudo tener participación carnal en la gestación de María; e incluso era objeto de cierto rechazo por ser un ‘padre falso’ de Jesús.

En algunas representaciones, como la Navidad de Botticelli, se le muestra incluso enfurruñado, molesto, enfadado por lo que está sucediendo; y por el papel que le asignaba la voluntad divina. 

Afortunadamente, poco a poco, su figura se va revalorizando y rescatando. Proceso que alcanza su culminación con Santa Teresa de Jesús; ella fue la gran valedora de San José, al que encomendó todas sus fundaciones reformadas, y cuyo culto extendió.

Los Reyes Magos, que se incorporan a la representación por las mismas fechas, fueron inicialmente blancos los tres; pero en el siglo XV Baltasar se convierte en negro. En esa época Occidente está entrando en contacto con África y la transformación se considera conveniente para reforzar la universalidad del mensaje evangélico. Incluso llegará a incorporarse un cuarto Rey Mago indígena americano, que se ve reflejado en algunas pinturas; pero que no triunfó en la iconografía y fue desechado.

Todas estas figuras podían encontrarse en las parroquias, sin ninguna duda. Pero es muy probable que ya a finales del siglo XIV fueran también de uso común en las viviendas particulares. 

Desde luego podemos afirmar con certeza que ya en el siglo XV el belenismo, tal y como lo entendemos hoy, era una realidad. Pues existe testimonio escrito de un comerciante que vendía figuritas de Belén a los fieles que salía de las iglesias.

«El testamento de Lope de Vega, más tardío, da fe también de lo extendido de esa devoción; pues constan entre sus bienes no sólo las figuras del belén sino también paneles decorativos para la ambientación», asegura Francisco Gómez. Lo que demuestra que la afición era compartida por todo tipo de estratos sociales.

Un nuevo salto lo provocará el rey Carlos III al importar a España el modelo del belén napolitano. Se consolida la irrupción de los belenes artísticos, elaborados por profesionales de primer nivel. Pero esta es otra historia que, Dios mediante, esperamos desarrollar en una próxima entrega. 

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