El primer jardinero de la Biblia es Dios. Es Él quien diseña el jardín del Edén, un verdadero “paraíso terrenal”. Pero esto no es más que el comienzo. Dios cultiva jardines por todas partes. Estos conforman el escenario de una obra interpretada en varios actos.
La historia de la salvación del hombre empieza en el jardín del Edén, lugar del comienzo de la vida en el que Adán y Eva están en relación directa con Dios. Y termina en otro jardín, el de la Resurrección.
El jardín habla, el espíritu respira
Como describe Anne Ducrocq en su hermoso libro Jardines espirituales, un jardín es ante todo un recinto, un cercado: “un espacio delimitado, protegido de la vista y del mundo, un lugar apartado, secreto.” Porque en el jardín bíblico, Dios se encuentra con la humanidad, se cita con ella. “Él espera al hombre, secretamente en su corazón. Y para los que creen en la Resurrección del Hijo de Dios, el jardín de Dios se encuentra allá donde hay un hombre rezando (…) El jardín habla y el espíritu respira.”
El jardín del Edén, lugar del comienzo
La primera mención del jardín en el judaísmo se encuentra en el Antiguo Testamento, en el relato bíblico del jardín de Edén. Según San Agustín, allí es donde nace el tiempo. El libro de Ezequiel lo describe como “el monte santo de Dios”, cubierto de cipreses y plátanos, piedras preciosas, diamantes, zafiros, esmeraldas y oro. Este es el jardín donde Dios creó al primer hombre, Adán.
“Y Dios el Señor plantó un huerto en Edén, al oriente, y allí puso al hombre que había formado” (Génesis 2, 8).
Este paraíso terrenal (Edén, que significa “delicias”) es el deleite de Dios: su creación se colma allí. La felicidad de Dios es la felicidad del hombre. Y recíprocamente. Adán y Eva, la pareja que trastoca la historia de la humanidad, viven allí felices en perfecta armonía con la naturaleza: la tierra produce los frutos necesarios, los animales están sujetos al hombre, el sufrimiento y la muerte no existen. Las leyes de la naturaleza están directamente controladas por el poder divino. Allí la vida es dulce como la miel. Pero este paraíso se perderá. Adán y Eva serán expulsados. La serpiente, una vez en escena, ofreció a la primera pareja humana la posibilidad de ser “como dioses”. Creados libres, ambos se dejaron tentar. Y así comienza la larga historia del ma.
Getsemaní, el huerto de la Pasión
Después de la Última Cena, Jesús va al monte de los Olivos. Deja a sus discípulos a la entrada del jardín, llevándose sólo a Pedro, a Jacobo y a Juan. Él ora. Jesús siente la angustia más profunda. Sabe que ha llegado la hora de ser liberado, pero confía en su Padre. Les dice:
“Es tal la angustia que me invade que me siento morir. Quedaos aquí y velad” (Marcos 14, 32-34).
Pero a pesar de las peticiones de Cristo que necesita saberlos cerca, Pedro, Santiago y Juan se duermen… Cristo está solo ante la muerte. Getsemaní, el lugar de la agonía y el prendimiento de Cristo, no es un jardín de placer con flores y aromas encantadores. Es un olivar, el lugar de elaboración donde se prensa la aceituna: es también el huerto del abandono. Como señala Anne Ducrocq, “es en el Jardín del Edén donde el hombre traiciona a Dios por primera vez; en el huerto de los Olivos, es mucho peor: Lo entrega.”
Actualmente, todos los años, el monte de los Olivos constituye el punto de partida de la procesión del Jueves Santo; Al caer la noche, todos los fieles y peregrinos se reúnen en Getsemaní para velar en oración y luego dirigirse al lugar donde Jesús pasó la noche en prisión.
Cristo el Jardinero y el jardín de la Resurrección
El relato de la Pasión según San Juan comienza en un jardín, el de Getsemaní. Termina en otro donde hay una nueva tumba: allí donde será depositado el cuerpo de Jesús. Los relatos de la Resurrección tienen lugar en un jardín:
“En el lugar donde crucificaron a Jesús había un huerto, y en el huerto, un sepulcro nuevo en el que todavía no se había sepultado a nadie” (Juan 19, 41).
María Magdalena llega allí al amanecer, angustiada por el dolor. Conmovida, quiere ver el cuerpo de Jesús. Pero la tumba está vacía. Siente una presencia y se da la vuelta. Hay un extraño. No reconoce a Jesús ni de vista ni de voz. Ya que en este jardín de la Resurrección, parece un jardinero. Así, el Resucitado la saca de la estupefacción de la muerte. Él la trae al tiempo presente llamándola por su nombre, María Magdalena. La gran amante encuentra entonces a su Señor viviente.
Tres jardines que envuelven a la humanidad
Cristo es crucificado en un huerto. Resucita en un jardín, donde adquiere la apariencia de un jardinero. El círculo se completa. Mientras la historia de la salvación comienza en un jardín, termina en otro jardín, el de la Resurrección. De esta manera, tres jardines rodean el destino de la humanidad: el del Paraíso, el de la Agonía y el de la Resurrección. Estos tres jardines son también los de nuestras vidas.
En imágenes, descubra y contemple estos jardines bíblicos, tal como los imaginaron algunos grandes artistas: