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¿Qué acaba con los miedos? ¿Unas ideas o una cara?

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AlmostJesus.com | Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 23/03/21

No quiero quedarme en teorías sobre Dios que no me enamoran ni en formalismos, ni en pietismos que me quitan la alegría, ni en cumplimientos fríos que me sacan de mi centro

Quiero ver el rostro de Dios, siempre lo he querido. Quiero ver a Jesús. No sé por qué siento tantas ganas de conocer su rostro. ¿Cómo serán sus ojos y su sonrisa? ¿Y sus manos y sus pies con sandalias? ¿Cómo será su pelo y su forma de abrazar?

Tendría un rostro único. Pero yo quiero verlo, no sé por qué. Quiero encontrarme con Él y llorar. Sí, que las lágrimas caigan en ese encuentro. La emoción de verlo, de amarlo en su carne. En su aspecto único amable, misericordioso, afable, lleno de luz.

Quiero ver el rostro de Jesús. Quiero ver sus pasos, oír sus palabras, acariciar su piel. Me gustaría estar escuchando y queriendo ver su rostro.

Mirar y tocar

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Motortion Films | Shutterstock

No sé por qué tengo esta necesidad. O quizás sí lo sé. No tengo un alma a la que le guste la filosofía. Me disgustan las teorías y las ideas desencarnadas.

No sé cómo, pero yo vivo en presente, tocando la piedra que pisan mis pies, explotando al máximo la amplitud de mi mirada, de mi abrazo, de mi sueño.

No me conformo con ideas vagas que no emocionan mi alma. Me gusta el rostro y el aspecto de aquel a quien amo. Amo a un Jesús humano que tiene rostro, mirada, sueños.

Amo su vida concreta desplegada en días sagrados. Creo en ese Jesús del que me habla san Pablo:

«Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado».

Dios humano

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El Greco | Public Domain

Un Jesús que lloró en el huerto de los olivos. Porque temía el dolor y la muerte, la pérdida y la ausencia. Porque era humano y tenía rostro y lágrimas.

No tengo que imaginármelo porque era humano como lo soy yo, era hombre:

«Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora».

Eso me emociona siempre. Un Jesús que llora, y sufre una pena honda, y un dolor profundo. Y suplica entonces a su Padre con su sangre, con toda esa sangre que quiso derramar por mí, por los hombres. Quiso hacerlo para que yo tuviera vida eterna en mis venas y una esperanza que no muriera nunca.

Un rostro para siempre

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Nikki Zalewski | Shutterstock

Jesús me mira con sus ojos llenos de pena y me dice que no tema. Porque la vida es corta pero es eterna. Y el rostro es concreto y es para siempre.

Tal vez por eso quiero encontrarme con su rostro. Por eso Jesús me pidió un día que me escondiera en su costado abierto, en la grieta del pan partido en cada eucaristía, en el silencio sagrado de esa consagración que yo renuevo como un niño en cada misa.

Quiso que me escondiera ahí callado, guardando mis lágrimas y esperando mi momento. Algún día, lo sé, seguro que vendrá a mí y me dejará ver al menos su espalda, o tal vez su rostro, uno nunca sabe.

Sueño con esa verdad de Dios que quiero conocer con mi mirada, con mis manos que todo lo tocan, con mi espíritu que quiere descansar en su costado abierto.

Esa verdad es la que se despliega ante mi mirada cada vez que aguardo callado a que venga.

Abrazar a Jesús

MIŁOŚĆ
Motortion Films | Shutterstock

No quiero quedarme en teorías sobre Dios que no me enamoran. Ni en formalismos, ni en pietismos que me quitan la alegría, ni en cumplimientos fríos que me sacan de mi centro.

Quiero conocerlo a Él, tocarlo, abrazarlo, arrodillarme ante Él como un niño abandonado que ha encontrado a fin su hogar. Quiero buscarlo en esta Cuaresma que se precipita en la Semana Santa animándome a vivir con Jesús cada uno de esos días santos. Y entonces se hará realidad lo que hoy escucho:

«Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».

Me atrae con fuerza su rostro ensangrentado a punto de morir. Su sonrisa triste desde la puerta que lleva a la muerte, a la vida. Sus palabras dichas en un último suspiro haciéndome comprender lo verdaderamente importante.

No son ideas

Malgasto tantas veces mi tiempo en tonterías sin importancia. Le doy valor a formalidades por encima de la vida, del amor, del hombre. Me pierdo en disquisiciones teóricas que no me llevan a ninguna parte.

Sueño con unas ideas que son ajenas a la vida concreta de cada día. Mi vida llena de rostros amables y crueles, distantes y alegres, tristes y llenos de esperanza.

Mi vida no es la de las ideas y las teorías. Ni siquiera es mi vida una vida llena de palabras dichas o escritas. Las palabras se las lleva el viento. Aunque en ocasiones pueden crear vida.

Por eso escribo, porque creo en el poder de las palabras para darle forma a la vida, al rostro de Jesús que se detiene ante mis ojos y me invita a seguirlo a Él, no sus ideas, sino a Él que ha venido a salvarme de todos mis miedos.

Llámale y encuentra en Él la paz:

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