¿Cómo es posible que algunas de las más bellas, conmovedoras y eternas creaciones artísticas hayan nacido del sufrimiento y la desesperación? Quizá la respuesta se halle en la capacidad del ser humano de cumplir con empresas extraordinarias, porque, a imagen y semejanza de su Creador, logra extraer un bien de cualquier mal.
Joaquín Rodrigo lo consiguió. El autor del famosísimo “Concierto de Aranjuez” compuso esta obra inmortal en uno de los momentos más dolorosos de su vida, lejos de su país y cuando acababa de perder a su hijo no nato.
El maestro Rodrigo nació en España el 22 de noviembre de 1901, precisamente el día de la patrona de la música, Santa Cecilia.
Con tan solo 3 años de edad, una difteria lo dejó prácticamente ciego. Privado de la vista, su sentido del oído se agudizó y la música se convirtió en su compañera de viaje. A los 9 años comenzó a estudiar solfeo, violín y piano.
Toda la música que componía la escribía en braille. Siendo joven se trasladó a París para seguir formándose en las mejores academias. Fue allí donde conoció a su esposa, la pianista turca Victoria Kahmi, con quien se casó en 1933 en Valencia.
Te puede interesar:
Cuando Beethoven exclamó: “¡Dios está por encima de todo!”
Una luna de miel en Aranjuez
La luna de miel la pasaron en Aranjuez, un recuerdo que siempre permaneció en la memoria del músico ya que, aunque apenas pudiera ver, los sonidos, los olores y la felicidad del momento grabaron a fuego el nombre de Aranjuez en la vida de Rodrigo.
El matrimonio siguió trabajando en Europa mientras España se encaminaba hacia el desastre de la guerra civil. En agosto de 1938 Joaquín Rodrigo fue invitado a impartir clases en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, que acababa de abrir sus puertas.
Para volver a Francia, el matrimonio tuvo que hacer noche en San Sebastián donde un amigo, el guitarrista Regino Sainz de la Maza, pidió a Joaquín Rodrigo que compusiera una pieza especial, donde la guitarra tuviera todo el protagonismo. El maestro recogió el guante, pero no sería hasta un acontecimiento dramático en su vida cuando comenzara a componer.
El momento más triste de sus vidas
Semanas después, una mañana Victoria se despertó con fuertes dolores. Le quedaba poco para dar a luz. Corrieron al hospital, pero el bebé, una niña, nació sin vida y la salud de Victoria se resintió gravemente. Años después en una entrevista, Victoria confesó que esa pérdida fue “el momento más triste de sus vidas”. Ese desgarrador dolor por la pérdida alumbró el Concierto de Aranjuez.
Mientras su esposa se recuperaba en la clínica, Joaquín, sin poder dormir, repetía una melodía una y otra vez al piano en su casa de París. “Oí cantar dentro de mí el tema completo del Adagio de un tirón, sin vacilaciones. En seguida, sin apenas transición, el del tercer tiempo. Rápidamente me di cuenta de que la obra estaba hecha. Nuestra intuición no nos engaña en esto. Si al Adagio y al Allegro final me condujo algo así como la inspiración, esa fuerza irresistible y sobrenatural, llegué al primer tiempo por la reflexión, el cálculo y la voluntad. Fue el último tiempo de los tres; terminé la obra por donde debí haberla empezado”, dejó por escrito Joaquín Rodrigo.
Ese segundo movimiento, el Adagio, que escuchó casi sobrenaturalmente el maestro, es una canción a Dios. Por un lado, le reprocha que su hija haya nacido muerta y, por otro, le implora que salve a su esposa.
Así lo explica el guitarrista Pepe Romero, gran amigo y conocedor de la obra de Rodrigo: “A veces la música es muy tierna, rebosante de amor. Otras, muestra la rabia. Se dirige a Dios diciendo: ‘¿Por qué te has llevado al bebé?’. Y, al mismo tiempo, asustado, le ruega: ‘Por favor, no te lleves a Vicky’”.
El Concierto de Aranjuez fue compuesto en París, en la Rue Saint-Jacques 159, en 1939. Ese mismo año terminó la guerra civil española. El matrimonio volvió a España desde Francia cuando estaba a punto de estallar la II Guerra Mundial. Cruzaron la frontera con poquísimo equipaje, pero con algo de un valor eterno: el manuscrito en braille del Concierto de Aranjuez.