Las pantallas moldean la realidad y han transformado las relaciones interpersonales, el ocio, la política, la educación y el trabajo.
No es una novedad que desde antes de nacer ya aparecemos en pantallas, y que a lo largo de la vida leemos, escribimos, amamos, discutimos, nos divertimos, aprendemos, y envejecemos frente a una pantalla de smartphone o de un monitor.
Pantallas las hay de bolsillo y gigantes, pero están por todas partes y nos sumergimos naturalmente en ellas. Allí lo buscamos casi todo y nos “conectamos” con todos.
La revolución tecnológica operada nos ha llenado de posibilidades inimaginables hasta hace poco; los medios no son ni buenos ni malos, son medios, son instrumentos. Lo que se puede juzgar es el uso que hacemos de ellos y las consecuencias que impactan en nuestra vida por su uso.
Sobre esto se escribe todos los días y no hay demasiadas recetas, dada la celeridad de las transformaciones y las novedades exigidas por el valor de la “innovación” constante.
Algunos analistas sociales perciben algunos cambios culturales en los que puede ser iluminador detenerse:
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